Juliana López Pascual.
Centro de Estudios Regionales “Prof. Félix Weinberg”-UNS-CONICET.
RESUMEN
La biografía del bibliotecario Germán García (1903-1989) se entreteje de manera estrecha con el desarrollo de las preocupaciones culturales en el sudoeste bonaerense durante la primera mitad del siglo XX. La reconstrucción de su vínculo con la expansión de la Biblioteca Popular Bernardino Rivadavia (Bahía Blanca) a través de su Boletín informativo se orienta a sostener esa hipótesis, a la vez que inserta ese devenir en el contexto del desarrollo de las políticas públicas y la bibliotecología en la provincia de Buenos Aires.
Palabras clave: Germán García, Bibliotecología, Bibliotecas populares, Políticas públicas.
Historiar las prácticas y experiencias intelectuales en el sudoeste bonaerense durante el siglo XX deja al investigador frente a la inexorabilidad de observar la figura de Germán García, su amplia labor cultural y su vínculo íntimo con la Biblioteca Popular Bernardino Rivadavia1. Nacido en Salamanca en 1903, residió en Bahía Blanca desde su infancia y toda su trayectoria estuvo atravesada por la cultura letrada y el trabajo con colecciones bibliográficas, ámbitos a los que les dedicó sus esfuerzos y su tenacidad. A inicios del 900 y siendo todavía un niño, comenzó a colaborar en la Biblioteca y, a partir de allí, su contacto cotidiano con las actividades de catalogación y gestión del repositorio estimularon el aprendizaje auto-guiado de las singularidades del oficio. En 1927, mientras la Asociación homónima transformaba y expandía la Biblioteca, fue contratado como jefe de salas de lectura y ello, según narraba, constituyó una marca identitaria en su juventud que enhebró el decurso de sus días en el proceso amplio y complejo de la cristalización de las políticas culturales en la región, en sus avatares y coyunturas.
En efecto, desde fines de los años 20 y con medio siglo de vida, la Asociación Bernardino Rivadavia comenzó a extender su accionar local y territorial (Agesta, 2020). Con el correr de las décadas devino en uno de los agentes más activos y legitimados del mundo intelectual bahiense y del sudoeste provincial. De forma similar a lo sucedido en otras bibliotecas populares durante la época, el acervo bibliográfico creció notablemente durante el decenio de 1930 y, en simultáneo, la entidad se fue consolidando como el principal centro cultural de la región: en sus dependencias dio lugar al desarrollo de una gran variedad de actividades destinadas a la promoción de la cultura en el sur bonaerense y en la región norpatagónica.
Como lo demuestra la publicación del Boletín informativo editado desde 19272, la Biblioteca profundizó y redefinió constantemente sus prácticas tendientes a la construcción de un público lector y de una cultura letrada progresista y moderna basada en lecturas “sanas”:
hacer del Boletín, además del vehículo de información y de acercamiento a los socios que siempre lo ha sido, ya que no una cátedra de literatura que despierte la inquietud espiritual tan fecunda para la vida plena o que transmita nociones de conocimientos que tiendan a encontrar la buena senda en las encrucijadas de la existencia por lo menos un consejero amable y desinteresado para los jóvenes y para los que, al iniciarse en la lectura, no saben cómo empezar o dónde dirigir sus preferencias, colocados frente a millares de libros que, si bien todos enseñan algo, no son recomendables en igual grado ni de todos es dable obtener los frutos sanos y apetitosos que algunos brindan (Boletín informativo, 1934, Nº 13, p. 1).
El esfuerzo realizado en la edición, sin embargo, no parecía llegar a los resultados deseados, por lo que a partir de 1936 esas hojas se destinaron a hacer visible el incremento del acervo mediante el registro y la catalogación de las nuevas adquisiciones y a convocar a la donación de libros por parte de los socios. El aumento en el número de volúmenes disponibles y de préstamos registrados desde la ubicación en su nueva sede en 1930 fue destacable y así lo consignó el Boletín a la par de las memorias anuales.
El caudal bibliográfico de nuestra Biblioteca va acercándose a los 42000 volúmenes, cifra importante por cierto para una biblioteca popular, sostenida principalmente por sus asociados […] Pero, paralelamente a ese aumento crecieron las necesidades, ya sea por el mayor número de socios lectores a domicilio como por el de concurrentes a la sala de lectura general, estudiantes éstos en su mayor parte. Si la cantidad de obras de texto que posee la Biblioteca, que es completo y nutrido, se quintuplicara, no alcanzaría aún para cubrir con amplitud la demanda que los estudiantes formulan (Boletín informativo, 1936, N° 19, p.1).
El crecimiento advertido durante los años 30 se articulaba al que la Comisión de Bibliotecas Populares registraba en sus memorias hacia fines de la década en cantidad de repositorios, lectores y volúmenes, fenómeno liderado cuantitativamente por la provincia de Buenos Aires3. Aunque esa situación se celebraba, en general, Germán García advertía sus problemáticas y entendía que en lo respectivo a los métodos de organización reinaba “una verdadera anarquía” por cuanto “la multiplicación de pequeñas bibliotecas en localidades grandes y chicas” (García, 1938, p. 2) dispersaba esfuerzos por falta de planificación.
Es así como puede verse que localidades de importancia pequeña o relativa cuentan con varias bibliotecas subvencionadas; Coronel Suárez, por ejemplo, tiene cinco bibliotecas con subvención nacional, nueve en Junín y otras localidades en forma aproximada. Nuestro modesto Ingeniero White tiene partida para dos y aquí en Bahía Blanca está subvencionada una biblioteca popular que de tal no tiene ni el nombre y que pocos o nadie conocen (García, 1938, p. 2).
En ese sentido, el apoyo estatal a la actividad bibliotecaria movilizada por la sociedad civil comenzaba a delimitar regulaciones que, de acuerdo con García, tendían a ensayar soluciones a la ausencia de metas claras mediante la estipulación de un horizonte de acción institucional que complementaría a la Ley Sarmiento.
Desde su reaparición en 1932, la página editorial del Boletín también insistió en clarificar sus objetivos y, entre líneas, los de la Biblioteca enfatizando en el lazo con la ciudad y la masa societaria:
Aspiramos, en la nueva etapa, como hasta el presente, desarrollar un programa que abarque los siguientes puntos principales: mantener un fuerte vínculo espiritual entre la Biblioteca y la ciudad y especialmente entre la Biblioteca y sus socios; orientar a los lectores que ante la enorme producción literaria necesitan cierta ayuda para hallar el camino hacia los mejores autores, conservar el interés de la ciudad en sostener y llevar a altura cada vez mayor esta institución que tantos afanes y años ha necesitado para ser lo que es; contribuir por todos los medios a ensanchar el campo de acción de la Biblioteca (Boletín informativo, 1933, Nº 8, p.1).
La voluntad manifiesta de “ensanchar el campo de acción de la Biblioteca” condujo a estrategias que la fortalecieron y asentaron su posición relativa en la sociabilidad ampliada del sudoeste provincial. En ese sentido, además de promover la expansión en el número de asociados mediante intensas campañas propagandísticas4, en la sede de la Asociación se produjeron los principales eventos culturales de la ciudad y la zona en virtud de las características de su edificio, que contaba con una sala de exposiciones, tres de lectura y un salón de actos con capacidad para 400 espectadores. Asimismo, la solidez de su estructura asociativa la convertía en el punto de apoyo de otras iniciativas colectivas, que se vinculaban a ella como una estrategia que les permitiera sobrellevar penurias económicas. La Asociación, su Biblioteca y sus gestores ocuparon un papel central en esos años, mientras el escenario cultural de Bahía Blanca comenzaba a organizarse en entes culturales privados perdurables –como la Asociación Artistas del Sur y el Colegio Libre de Estudios Superiores– que se sumaron así a la Asociación Cultural, PROA y la Universidad del Sur, y a las dependencias oficiales que empezaban a estructurar las preocupaciones públicas por las actividades del espíritu, como el Archivo Histórico Municipal, la Comisión Municipal de Bellas Artes y el Museo homónimo (López Pascual, 2016).
La relación entre el rol de esta Biblioteca en expansión y la figura de Germán García –su director bibliotecario entre 1928 y 1955– constituye hoy un elemento fundamental para explicar no solo la deriva institucional de la ABR, sino también las maneras en las que ese campo cultural fue adquiriendo sus formas más significativas. Junto con otras personalidades de gran capacidad de convocatoria y trabajo institucional, como Zulema Cornídez, Pablo Lejarraga, Berta Gaztañaga y Gregorio Scheines, García desempeñó un papel clave en la consolidación de las tareas intelectuales y del prestigio alcanzado por las entidades bahienses, incluso en la dimensión provincial y nacional. Mancomunados en la meta de proyectar a Bahía Blanca en la región sureña y jerarquizar su rol en los círculos intelectuales argentinos, los espacios privados y las políticas oficiales sostuvieron diversas prácticas de intervención artística, literaria y científica que, en la mayoría de las ocasiones, sucedieron en las salas de la Rivadavia (López Pascual, 2020). Mientras la Asociación se volvía un eje fundamental de la vida espiritual del sudoeste bonaerense, Germán García también desarrolló amplios intereses intelectuales que excedían las tareas bibliotecarias. En 1941 integró el grupo fundador de la filial bahiense del Colegio Libre de Estudios Superiores, iniciando así una relación perdurable que lo vinculó con una red amplia de escritores, artistas y docentes de todo el país. Si en las redacciones de La Nueva Provincia y El Atlántico se desempeñaba como cronista y editorialista, su participación en la coordinación del CLES le permitió hacer visibles sus intereses por la literatura, mientras participaba de espacios e intercambios en los que la dimensión ideológica del antifascismo y el problema de la libertad constituyeron un tópico importante.
El intenso compromiso de García con la bibliotecología, en general, y con la ABR en particular lo llevó a participar en instancias relevantes en el desarrollo de la disciplina, como los primeros congresos5, y también, federaciones6, o los espacios de formación que el gobierno bonaerense organizaba con el fin de promover el trabajo de las bibliotecas populares (Coria, 2017). Invitado a participar en las “Jornadas Bibliotecológicas de Montevideo” en 19467, estableció allí numerosos contactos que desde entonces transformarían progresivamente su condición individual dentro del mundo bibliotecario, tanto como el rol de la Biblioteca Rivadavia en el escenario regional. En efecto, “Don Germán” intervino de manera activa en la labor oficial que desde mediados de los años 40 llevaron adelante los bahienses Julio César Avanza, José Cafasso y Miguel Ángel Torres Fernández en el Ministerio de Educación, la Subsecretaría de Cultura y la Comisión Protectora de Bibliotecas Populares de la Provincia de Buenos Aires, respectivamente (López Pascual, 2016; Petiti, 2011; Coria, 2017).
A pesar de que sostenía distancias ideológicas sensibles respecto del justicialismo y sus propuestas, su figura resultó de importancia en un Estado que asignaba recursos a la expansión de las políticas culturales públicas, como sucedió durante la gestión de Domingo Mercante. En ese sentido, fue convocado a integrar el cuerpo docente que ofreció la primera titulación de “idóneo bibliotecario”, destinado de manera fundamental a la práctica de gestión de colecciones en bibliotecas populares acorde a lo proyectado en la Ley n° 4688 de 1938, y a intervenir plenamente en el “Primer congreso provincial de Bibliotecas”, que discutió un proyecto de ley orgánica de bibliotecas populares8. La regulación del trabajo bibliotecológico que ocurría en la provincia –retomando iniciativas que en verdad databan de principios del siglo– no solo definía incumbencias y cristalizaba la progresiva profesionalización de las tareas9, sino que asentaba la creciente injerencia del Estado en la organización de la cultura. La ABR y su Boletín informativo, en el que se evidencia la pluma periodística de Germán García, se hicieron eco de ese fenómeno complejo hacia fines de la década. Por una parte, la publicación introdujo secciones noticiosas que transmitían las novedades de mundo bibliotecológico argentino, claramente orientadas a los pares bibliotecarios que la recibieran. Por otra parte, a pesar de sostener la relevancia de la masa societaria y la autonomía institucional como principios fundamentales de las entidades, se presentaba el financiamiento público como la fuente primaria de su sostenimiento material:
Nos halaga la cifra de asociados inscriptos en nuestros registros. No tanto por su aporte económico, que es mucho sin duda, cuanto porque ese apoyo a la obra en que la Biblioteca está empeñada nos dice que la Biblioteca va por buen camino. Y a propósito de esto, oportunas son algunas reflexiones. Los socios, con su cuota modestísima, no solventan los gastos que demanda una tarea como la que realiza actualmente nuestra Asociación. En realidad los adherentes de ninguna biblioteca argentina la sostienen totalmente y estas entidades deben arbitrarse otras ayudas, en primer lugar la del estado, tanto mayor cuanto más amplio sea el campo de su acción (Boletín informativo, 1949, Nº 56, p.1).
En la escala regional, la acción estatal de fines de los años 40 también introdujo una innovación radical en el escenario sociocultural al crear el Instituto Tecnológico del Sur (ITS), en 1947,10 hecho que la ABR celebró públicamente por su potencial significación en el “progreso” intelectual de la localidad y sus áreas aledañas. En términos concretos, sin embargo, la oficialización de los estudios universitarios en la ciudad corrió pareja con una considerable crisis en nuestro organismo bibliotecario. Como se observa de la comparación cuantitativa, el incremento en el número de alumnos del ITS fue correlativo a la expansión de la cantidad de asociados [Gráfico 1]; sin embargo, gratuidad universitaria mediante, el crecimiento en la inscripción pareció traducirse en un aumento de la concurrencia de lectores a la Biblioteca [Gráfico 2] y, tal se desprende de la documentación, ello ejerció presiones en su trabajo cotidiano y su planificación de futuras adquisiciones.
En la nota “Un nuevo aniversario” se señalaba:
Mucho creció la ciudad y la población puede tener exigencias que sobrepasen las posibilidades de la institución. Es indudable que el desarrollo cultural de Bahía Blanca, ahora, requiere, para estar a su tono, colecciones de obras que con recursos ordinarios no podrán adquirirse. Hasta este momento, con esfuerzos, se ha logrado satisfacer necesidades pero no se entrevé la posibilidad de que así sea en el futuro. Las demandas económicas son constantes y mayores cada día; la casa, para cumplir plenamente su función, requiere nuevas dependencias; los servicios deben ampliarse, en horario y equipo humano al que se compense convenientemente su labor. Las exigencias de la población se midieron, antes, por los establecimientos de estudios secundarios, ahora hay escuelas técnicas e institutos superiores que requieren otra atención (Boletín informativo, 1950, Nº 58, p. 1 y 2).
Dar solución a la situación crítica de la institución fue, en efecto, el objeto de un proyecto de anexión propuesto por el ITS que buscaba así ofrecer una salida presupuestaria oficial a la inestabilidad financiera de la Asociación y, a la vez, proveerse de un repositorio universitario acorde a sus necesidades pedagógicas y de investigación. La idea se tradujo en un álgido debate público que cobró notoriedad durante meses y convocó la palabra de las personalidades de la cultura tanto como la movilización transversal de la sociabilidad local. Para 1950, sin embargo, la reunión asamblearia de socios y vecinos resolvió rechazar el plan por constituir una latente amenaza a la autonomía del organismo (López Pascual, 2016).
Simultáneamente, la inserción de Germán García en los circuitos profesionalizados de la bibliotecología americana introdujo más matices en el problema del vínculo con el Estado; la concurrencia del director-bibliotecario a la “Conferencia sobre el Desarrollo de los Servicios de Bibliotecas Públicas en la América Latina” (San Pablo) y a las “Segundas Jornadas Bibliotecarias Argentinas” (Buenos Aires) en 1951 no solo implicó una inflexión en su crecimiento individual,11 sino también la publicidad regional de los debates en torno a las funciones sociales de las bibliotecas. En ese sentido, la Rivadavia hizo suyas las concepciones allí emanadas respecto de la “biblioteca pública”, su rol en el estímulo de la cultura popular y en el desarrollo de las sociedades democráticas, tal como se planteara algunos años antes en el seno de la UNESCO (López Pascual, 2022). El Boletín dio visibilidad a estas nociones que, a decir verdad, introducían argumentos en el problema local y en el debate mayor acerca de la relación con el mundo social latinoamericano:
nadie discute ya que [la biblioteca pública] es una entidad con profundas raíces democráticas, que necesita fondos de la colectividad para cumplir su misión, que debe ser expansiva y dinámica, que su herramienta de trabajo no es sólo el libro, que ocupa lugar de primera fila en la tarea de educación fundamental, que para desarrollar su labor específica necesita de autonomía de funcionamiento y que nada podrá hacerse si no logra la colaboración del bibliotecario profesional, con preparación técnica y sentido de la función educadora que debe realizar (Boletín informativo, 1951, Nº 60, p.1).
El problema del sostén económico histórico se profundizaba, entonces, en tanto el horizonte de la modernización de las prácticas profesionales que impulsaba García incrementaba los requerimientos presupuestarios. La acción social expansiva que se anhelaba para la Biblioteca sostenida por la sociedad civil se vinculaba de maneras tensas con los procesos de democratización cultural, de regionalización del conocimiento y de masificación de los sectores populares y medios que dieron el tono general a la época.
La trayectoria bibliotecaria de “don Germán” dialogaba, entonces, con el horizonte continental de la influencia norteamericana en materia bibliotecológica, la acción regional de las bibliotecas como centros culturales y su sensibilidad política liberal. Hacia 1954, su derrotero comenzó a alejarse parcialmente de la ABR: la posibilidad de realizar viajes de estudio a los Estados Unidos y sus contactos con el ámbito norteamericano no hicieron sino consolidar el prestigio y la relevancia que su actividad local y regional le habían otorgado. En efecto, ese año fue convocado por la UNESCO para dirigir la primera experiencia de Biblioteca Pública Piloto, en Medellín. Su vuelta a la Argentina en 1955 significaría su inserción directa en un escenario tan agitado como transformador, cuyas características distintivas estarían dadas por los debates en torno al peronismo y los proyectos de modernización y desarrollo. En ese sentido, ello implicó su renuncia a la dirección de la Rivadavia, cargo al que volvería luego de su jubilación dos décadas más tarde (López Pascual, 2022).
Notas
Fuentes
REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS