Alicia Canutti
CENDIE (DGCyE)
Gabriela Laura Purvis
Dirección Provincial de Educación Primaria (DGCyE) - FaHCE (UNLP)
RESUMEN
El universo de los cuentos clásicos ーtambién llamados cuentos tradicionales, populares, maravillosos o de hadasー es vastísimo. El presente artículo presenta, dentro de ese amplio corpus, una mirada entre otras posibles: la importancia de revalorizar estas historias en la biblioteca escolar. Concebimos, en este caso, a las bibliotecas como un lugar de encuentro entre generaciones y la cultura universal, teniendo como puente los cuentos clásicos.
Esta mirada pone en relación las bibliotecas escolares, las mediadoras y los mediadores bibliotecarios y la lectura de cuentos clásicos, afirmando la necesidad de leer los relatos originales en la niñez y la adolescencia, desde las condiciones contemporáneas. Algunas preguntas que orientaron nuestras reflexiones sobre un tema muy estudiado son: ¿por qué insistir en conocer primero las versiones originales? ¿Por qué leer los clásicos puede ser vital en el camino de un lector en formación? ¿Qué sentidos aportan a niñas y niños en la infancia y en la adolescencia contemporánea?
Palabras clave: Infancia, Adolescencia, Biblioteca escolar, Literatura, Cuentos populares.
Miradas sobre la infancia y la adolescencia
La infancia es producto de un proceso histórico que surgió con la Modernidad, es decir, el niño como tal es una idea reciente1. Lo que llamamos infancia, más que un período biológico, es una etapa determinada culturalmente. No siempre la humanidad la consideró como un período particular, con necesidades específicas, ni al niño como un individuo en el que hubiera que invertir cariño, educación u otros cuidados. Fue el historiador francés Philippe Ariès (1987) quien primero llamó la atención sobre este hecho: durante el siglo XVIII el niño deja de verse como un adulto en miniatura y empieza a ser considerado como un individuo separado del mundo productivo y adulto y que, en adelante, requerirá una consideración especial. Será a partir del siglo XVIII que se desarrolla una esfera de lo infantil, etapa en que niñas y niños empiezan a tener un espacio propio: aparece la vestimenta diferenciada por edades y sexo, los dormitorios, los juegos, al mismo tiempo que comienza a desarrollarse una literatura específicamente infantil.
Durante el siglo XIX la presión para socializar y educar a las niñas y los niños es cada vez más fuerte. La escuela como institución formadora y socializadora cobra cada vez mayor relevancia. Es en el siglo XX en el que aparece la noción de “infancia en peligro”, muy distinta de la expresión “infancia peligrosa”. La sociedad comenzó a mirar a los niños, a sentir culpa del estado en que se encontraban y a tratar de tomar medidas para “salvarlos”. En ese contexto apareció El siglo de los niños de Ellen Key (1906).
Hoy, como sabemos, niñas y niños son concebidas y concebidos como sujetos de derechos, y en este sentido, una mirada rápida a la historia de la infancia muestra un avance cada vez mayor hacia su visibilización, aunque no siempre un progreso hacia su cuidado y la protección de sus derechos.2
Al igual que la infancia, la adolescencia es un invento que solo cuenta con medio siglo de existencia. Como precisa Gemma Lluch (2004), se fecha su origen en la aparición de la subcultura juvenil en la década de los ‘60. La adolescencia como una etapa en la vida del ser humano ha sido reconocida por casi todas las culturas, así lo testimonian los llamados ritos de pasaje y las ceremonias de iniciación presentes en muchas de ellas; y es, a la vez, un período muy difícil de delimitar. En nuestra sociedad, dice Francois Dolto (2012) a los jóvenes se les hace más difícil este tránsito pues la sociedad occidental no cuenta con el equivalente de los ritos de iniciación que antaño, e incluso actualmente, marcan esa época de ruptura. Ser adolescente es también, al igual que ser niña o niño, una construcción histórico-cultural.
Literatura, infancia y adolescencia
“Quien quiera saber lo que es un niño, antes de preguntar a pedagogos, psicólogos o alguno de esos expertos que tanto abundan, hará bien en regresar a los cuentos de hadas”. G.K. Chesterton
Pensar la literatura para niñas y niños implica reflexionar sobre las representaciones e imaginarios de infancia asociadas a ella. Dice Gemma Lluch (2004) “cuando estudiamos una determinada obra, si la contextualizamos en un período histórico concreto es necesario conocer el lugar que la infancia o la adolescencia tenían en la sociedad, [...], las expectativas que las instituciones dominantes ponen en ellos [...] las leyes que influyen en los contenidos de la literatura que se publica, etc”. María Adelia Díaz Rönner (2011) alertó con énfasis sobre esta relación necesaria entre literatura infantil y un conocimiento de lo que ella llamó “cultura de la infancia”. Por otro lado, y no menos importante, es el hecho de que, todo acercamiento a la literatura infantil ya sea como críticos o mediadores exige también un posicionamiento acerca de ella: es totalmente cierto que, aquello que pensamos de las niñas y los niños influye de manera decisiva en lo que hacemos con ellas y ellos. Llegados a este punto, nos preguntamos¿a qué infancias interpelan hoy los cuentos clásicos? ¿Por qué insistir en conocer primero las versiones originales? ¿Por qué leer los clásicos puede ser vital en el camino de un lector en formación? ¿Qué sentidos aportan a niñas y niños en la infancia y en la adolescencia contemporánea?
También, hablar de jóvenes y literatura implica reflexionar de modo crítico acerca del concepto de “literatura juvenil”. ¿Qué literatura destinamos a ellos? ¿Cuál es el fundamento de “lo juvenil” al seleccionar historias para estos lectores? Aquí volvemos a una cita de María Teresa Andruetto (2009): “el gran peligro que acecha a la literatura infantil y juvenil en lo que respecta a su categorización como literatura, es justamente presentarse a priori como infantil o como juvenil [...] porque cuando hablamos de escritura de cualquier tema o género, el sustantivo es siempre más importante que el adjetivo” (p. 37).
¿Qué pueden aportar los clásicos a la infancia y la adolescencia?
En la formación de lectoras literarias y lectores literarios, las lecturas previas ayudan a entender otros textos, a captar la intertextualidad y los guiños a la tradición, presentes en muchos relatos actuales que leen niñas, niños y jóvenes.
Las distintas versiones o adaptaciones de cuentos clásicos, que privilegian la parodia, la desviación, la ruptura respecto del texto original, la presencia de lo tolkiano en ciertas novelas actuales de tipo épico o en el mismo Harry Potter, pueden ser leídas de manera más provechosa por el lector adolescente, por ejemplo, si cuenta con esa especie de “colchón” literario previo que son los clásicos. En El verdadero hechizo, Los cuentos maravillosos y los chicos de hoy Mabel Zimmermann (2018), siguiendo a Jack Zipes (2014), dice “los cuentos de hadas actúan como ‘memes’, unidades de sentido que perviven en la literatura infantil [...] Los cuentos aún ‘respiran’ a través de sus numerosas versiones contemporáneas” (p.11).
Como sabemos, un libro no es una isla, sino que se inscribe en una tradición literaria más amplia y cobra sentido en función de ella. Estamos de acuerdo con Aníbal Jarkowski (en Andruetto, 2015, p. 93) en que esta idea de tradición es lo que más cuesta transmitir hoy: pareciera que la dimensión histórica se ha desdibujado en una suerte de presente permanente sin relación orgánica con el pasado del tiempo en el que viven niños y jóvenes 3. Así, a la hora de decidir a qué daremos prioridad en la mediación para la construcción del itinerario lector en la infancia y la adolescencia, la inclusión de ciertas obras clásicas se vuelve fundamental. Nos preguntarnos entonces, ¿qué espacio hay para estas historias entre las lecturas que se ofrecen hoy en la escuela o desde el mercado editorial?
Creemos que ofrecer este tipo de lecturas es importante para un lector en vías de formación tanto literaria como humana. Pensemos por un momento en la relación que puede establecerse entre clásicos y bildungsroman para las lectoras y los lectores jóvenes:4 la consideración literaria de este subgénero es interesante porque el personaje central debe luchar con su propia conciencia de pérdida de niñez y de entrada en el mundo adulto, y además porque estos relatos hacen posible rastrear en ellos diferentes tradiciones. Como mediadores podemos considerar la recomendación de algunas de estas lecturas, es decir, el bildungsroman como novela de iniciación o formación, porque cuenta cosas con las que la o el lector adolescente pueden identificarse, pero no respondiendo a una identificación en espejo que transita por los tópicos de la vida de niñas, niños y jóvenes, sino como literatura que tiene algo que decir a estas lectoras y estos lectores.
Clásicos en la biblioteca escolar
“La escuela debe ser literaria y el maestro, antes que nada, alguien que cuenta cosas”. Gustavo Martín Garzo
La escuela es simultáneamente, un espacio y una de las mayores fuentes de lugares significativos que uno pueda imaginar. Hablar de la escuela como lugar, es hablar de una escuela generadora tanto de lugares compartidos como de otros pura y exclusivamente personales: “los lugares de la ficción, los lugares del conocimiento, los lugares del miedo y de los secretos, los infinitos lugares de la imaginación” (Bosch, 2009).
Muchos de nuestros estudiantes tienen la oportunidad de ver a sus padres leer el diario o alguna novela, o cuentan con alguien que les lee por las noches, es decir, tienen contacto cotidiano con lo escrito. Pero no siempre es así, no todos tienen en relación al libro, las mismas vivencias. En muchos casos, la escuela es el único espacio en el cual pueden iniciar o continuar sus caminos lectores, y entrar en contacto por primera vez con la literatura. Porque si bien es cierto que en la actualidad las niñas, los niños y adolescentes acceden a la lectura por múltiples vías y soportes, también es cierto que es la escuela la que debe garantizar que todos posean las mismas oportunidades de acceso al conocimiento y la cultura escrita.
En primer lugar, la necesidad de que la escuela y la biblioteca aseguren un corpus mínimo de obras se fundamenta en la idea de que muchos de nuestros estudiantes solo entrarán en contacto con los libros en ellas. En segundo lugar, porque muchas de las obras contemporáneas presentes en las bibliotecas se apoyan en la tradición. En este sentido, es que los clásicos originales toman relevancia ante las versiones modernas. Muchos son los casos que se pueden citar, como por ejemplo: la mordaz Caperucita del libro álbum Una Caperucita roja de Marjolaine Leray, un abrumado lobo como el personaje de Pobre Lobo de Ema Wolf, una renovada bella durmiente como La bella Griselda de Isol o La niña de rojo de Roberto Innocenti donde el familiar escenario del bosque se trastoca en ciudad. Estos textos no podrían ser comprendidos, disfrutados ni leídos en toda su riqueza si no se hubieran leído antes los clásicos “Caperucita roja” y “La bella durmiente”.
Por último, son muchas autoras y muchos autores las y los que indican que los grandes temas de la literatura son las cuestiones importantes en la vida del hombre: el origen del mundo y de las cosas, el amor, la muerte, la existencia y demás temas que preocupan a toda la humanidad. A los niños les preocupan las mismas cosas y tienen los mismos interrogantes, como expresa Bruno Bettelheim (2013), “actualmente, como en otros tiempos, la tarea más importante [...] y la más difícil en la educación de un niño es la de ayudarle a encontrar sentido en la vida”.
La bibliotecaria como mediadora o el bibliotecario como mediador
Poner los clásicos al alcance desde la biblioteca escolar, es poner a disposición parte de un bagaje común, parte de ese otro gran universo que es la literatura. Un libro, aunque sea muy bueno por sí mismo, no llega siempre a un lector, si ese encuentro queda librado al azar. En este sentido, la tarea de la bibliotecaria como mediadora o el bibliotecario como mediador de lectura es imprescindible para lograr tender puentes donde no existe ninguna posibilidad de encuentro. De allí, lo vital de un mediador consciente de la importancia de la presencia de una buena selección de historias clásicas en su biblioteca y de poner a circular estos textos.
Los cuentos de hadas ayudan a los niños a construir sentido en sus vidas, porque los enfrentan con los conflictos humanos básicos. Suele suceder que, en reiteradas ocasiones, madres, padres, maestras y maestros o bibliotecarias y bibliotecarios se resisten a leerles este tipo de historias a los chicos porque “temen” cómo estos cuentos pueden ser recibidos por ellos, pues a muchos les recordarán sus realidades personales y familiares (“madrastras”, hermanos mayores a quienes se delegan responsabilidades, padres ausentes o abandónicos en múltiples sentidos). Recuperamos las palabras de Gustavo Martín Garzo (2013) cuando, retomando a G.K. Chesterton, dice que el dragón ーque simboliza los impulsos destructivos inherentes a la naturaleza humanaー ya existe en el interior de las niñas y los niños, “El miedo ya está en ellos y lo que hacen los cuentos es darles recursos para enfrentarse a él”. “Érase una vez una niña que en cuanto se la veía se la amaba…”, así comienza el cuento de los hermanos Grimm en el que la frase “¡Para comerte mejor!” es, a la vez, para el niño un momento de terror y de indescriptible felicidad y que ninguna otra frase puede superar (pp. 93-94).
Consideraciones finales
“Para quien sepa ver las cosas de cerca, hay a veces ‘un conejo que se saca el reloj del bolsillo del chaleco”. Lewis Carrol.
La escuela y su biblioteca, como venimos sosteniendo, es la única oportunidad que tiene una niña, un niño, una o un adolescente de encontrarse con el libro y la lectura. Es en este sentido que cobra relevancia cuando se habla de la lectura como herramienta para un ejercicio pleno de la ciudadanía.
Dice Teresa Colomer (2005): “Hablar sobre libros con las personas del entorno es el factor que más se relaciona con la permanencia de hábitos lectores o que parece ser una de las dimensiones más efectivas en las actividades de fomento de la lectura. Compartir las obras con las demás personas es importante porque hace posible beneficiarse de la competencia de los otros para construir el sentido y obtener el placer de entender más y mejor los libros. También porque hace experimentar la literatura en su dimensión socializadora, permitiendo que uno se sienta parte de una comunidad de lectores con referentes complicidades mutuas” (p.194).
La infancia necesita ser acogida, requiere de una acción educativa que acompañe la entrada de esa niña o ese niño en el mundo. Entonces, la escuela cumple una doble función: hacerle un lugar a estos recién llegados y, además, poner a su disposición el conocimiento humano acumulado hasta el momento. Como sostiene Philippe Meirieu (2014), “Educar es, también, desarrollar una inteligencia histórica capaz de discernir en qué herencias culturales se está inscrito” (pp. 24-25). Los clásicos son parte de este bagaje, de esta herencia de la que habla Ana María Machado en su libro Clásicos, niños y jóvenes (2004), son “ese baúl lleno de tesoros” al cual todos tenemos derecho.
Notas
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS