Eduardo L. Rubí
ISFT n° 182 (DGCyE)
RESUMEN
El artículo se propone mostrar, de forma sintética, el desarrollo de la bibliografía en la Argentina. En primer lugar, se ocupa de presentar una sucinta conceptualización de un vocablo sujeto a diversas interpretaciones. Asimismo, se hace mención de los autores (personales e institucionales) que durante los siglos XIX y XX han intentado realizar diferentes aportes, con variada suerte, al desarrollo de la Bibliografía Nacional Argentina. Por último, se ocupa del rol que debieron jugar los diferentes actores en el desenvolvimiento de la disciplina bibliográfica, en particular, el papel del Estado Nacional.
Palabras clave: Bibliografía nacional argentina– Siglo XIX – Siglo XX
Los inventarios bibliográficos, ya sean generales, ya sobre temas particulares, son indispensables instrumentos de labor y son signos inequívocos de cultura. Un pueblo sin repertorios bibliográficos es un pueblo sin conciencia de sí mismo y es un pueblo incapaz de orientar a los suyos por el camino del progreso. Guillermo Furlong (1954), citado en Geoghegan (1975).
Introducción
En el inicio del ensayo La bibliografía en la República Argentina, su autor afirma en forma lapidaria: “La República Argentina no tiene bibliografía” (Becú, 1945, p. 5). ¡Cuánto hubiéramos deseado, casi 80 años después, poder desmentir dicha expresión! Y, sin embargo, esa frase tiene, hoy, plena vigencia.
Sin embargo, antes de continuar analizando la situación de la Bibliografía Nacional Argentina (BNA), corresponde realizar un breve acercamiento al concepto de bibliografía, a sus objetivos y tipología. La raíz etimológica del término bibliografía es la siguiente: biblio= libro; grafein= escribir o describir. Es decir, el arte de escribir o describir los libros.
El bibliógrafo R. B. Stokes, citado por Sabor (1976), afirma que la bibliografía puede ser considerada desde dos puntos de vista: a) la bibliografía analítica o crítica que estudia al libro como a una entidad física o material, y cuyo objetivo es la identificación segura y precisa de estos (llamada también, bibliografía material); y b) la bibliografía enumerativa o sistemática, que estudia al libro como una entidad intelectual, y su objetivo es reunir en un orden lógico y útil la información contenida en cada libro.
La bibliografía analítica o crítica, también llamada bibliografía material, tiene un fuerte arraigo en los países anglosajones; mientras que, en Argentina y otros países con tradición latina, cuando se habla de bibliografía, se hace referencia a la bibliografía enumerativa o sistemática. T. Besterman, alude a esta diciendo que es una lista de libros regida por un principio director constante. Mientras que, una conceptualización más elaborada del término, fue expresada por Morales López de este modo: “la bibliografía se debe definir como el conocimiento sobre los textos publicados. Y añadir que se ocupa de la búsqueda, la identificación, la descripción y la clasificación de esos documentos, con la intención de organizarlos para ofrecer servicios o para construir los instrumentos destinados a facilitar el trabajo intelectual” (2000, p. 163).
Es menester, asimismo, dejar sentado que la bibliografía, en su evolución semántico-cronológica, ha sido entendida, a lo largo de los siglos, de muy diferentes modos. Enumeramos los diferentes significados que este vocablo adoptó con el transcurso del tiempo, según Reyes Gómez (2010, p. 35-46), como: Lista de libros; Estudio de los manuscritos; Ciencia del libro; Ciencia de las bibliotecas; Ciencia de los repertorios o Parte de la Documentación que se ocupa de los impresos.
Pero, como lo que aquí nos ocupa es definir a la bibliografía nacional, presentamos la definición de Helen Conover, citada por Pauliello de Chocholous, quien afirma: “una lista completa de todos los libros, documentos, folletos, publicaciones seriadas y otros tipos de materiales impresos” (1986, p. 15). Además de esta breve definición, enumeramos los elementos que deben estar presentes en toda bibliografía nacional, para que esta pueda ser considerada como tal:
Por último, y siguiendo a Josefa E. Sabor, presentamos las tareas y responsabilidades que debería asumir el organismo nacional que se ocupe de la BNA:
Más allá del trabajo de Becú y Sabor, ¿se puede afirmar que el tema no ha despertado interés entre los bibliotecarios o investigadores? No, de ninguna manera. Estos autores a través de libros, artículos de revistas y ponencias en congresos, simposios, etc., se han ocupado de la Bibliografía Nacional Argentina (BNA, en adelante) y cuya enumeración no agota el listado de aquellos que han tratado la temática: Torre Revello (1940), Furlong y otros (1953-1975), Buonocore (1960), Sabor (1963), (1976), (1978), (1986), (1992), (1995), Couture de Troismont (1965), Matijevic (1969), Geoghegan (1974) (1975), Sabor Riera (1974-1975), Rossi (1976), Aguado (1985), Galeotti de Fernández (1985), Pauliello de Chocholous (1986), (1988), Zabala (2000), Bazán (2004), Romanos (2004), Parada (2009), (2013) y Portugal y Crea (2015).
A modo de un breve estado de la cuestión se destacan los principales trabajos sobre bibliografía que se desarrollaron, con distinta fortuna, en Argentina en los siglos XIX y XX.
Siglo XIX
¿Cómo ha sido la evolución de esta disciplina en nuestro país? Siguiendo a Sabor (1992) el periodo decimonónico fue, desde un punto de vista estrictamente bibliográfico, el de mayor relevancia. Los orígenes de la bibliografía en la Argentina pueden rastrearse en el escocés, Alexander Dalrymple (1737-1808), quien en 1807-1808 publicó el primer catálogo bibliográfico con obras referidas a nuestro territorio. Los registros incluidos en dicha compilación provenían, en su gran mayoría, de la obra Epítome de la biblioteca oriental y occidental, náutica y geográfica del español Antonio de León Pinelo (ca 1590-1660), publicada en 1629.
Debemos a Pedro de Angelis (1784-1859), polígrafo napolitano, llegado a Buenos Aires en 1827, el honor de ser el primer bibliógrafo de la Argentina. Quizás también, el más importante del siglo XIX, además de ser un personaje sumamente controvertido. Fue él, quien con sus publicaciones inauguró la historiografía nacional. Redactó más de 50 obras, de las cuales merecen destacarse la Colección de obras y documentos relativos a la historia antigua y moderna de las provincias del Río de la Plata, editada entre 1836 y 1837, en 6 volúmenes; y la Bibliografía del Río de la Plata, compilación inédita, cuyos originales se encuentran en el Archivo General de la Nación.
Otro extranjero, en este caso el gibralteño Antonio A. Zinny (1821-1890), también cultivó el arte de la bibliografía, pero, especializándose en las publicaciones periódicas que se editaron en nuestro suelo. Entre sus trabajos, destacan dos compilaciones muy valiosas, con títulos muy peculiares: Efemeridografía argireparquiótica o de las provincias argentinas, en 1868; y Efemeridografía argirometropolitana hasta la caída del gobierno de Rosas, en 1869.
A partir de 1880, se inicia, en Buenos Aires, la publicación del Anuario bibliográfico de la República Argentina, que se editó en forma ininterrumpida hasta 1889. Fue la primera bibliografía en curso que aparece en el país. Iniciada por Alberto Navarro Viola (1858-1885) y, a la muerte de éste, continuada por su hermano Enrique (1860-1941). Josefa Sabor sostuvo que el Anuario tuvo un “valor excepcional, y avanzado para su época, [ya que] incluye monografías, publicaciones periódicas y oficiales, y patentes. Sus descripciones bibliográficas son de primera calidad y se completan con análisis y críticas” (1992, p. 272).
No debe faltar una breve mención a tres bibliógrafos que también sobresalieron en esa centuria. Nos referimos a Juan María Gutiérrez (1806-1878), quien compiló una bibliografía con la producción de las primeras imprentas patrias, en especial la de los Niños Expósitos. El aporte de Bartolomé Mitre (1821-1906), con su Catálogo razonado de la Sección Lenguas Americanas en 3 volúmenes, excepcional aporte al estudio de las lenguas del continente. Y, por último, Estanislao S. Zeballos (1854-1923), quien entre 1896 y 1899 publicó las Apuntaciones para la bibliografía argentina en el Boletín del Instituto Geográfico Argentino.
Siglo XX
Vamos a enumerar, someramente, algunos de los aportes que durante el siglo XX se hicieron a nuestra bibliografía. Estos son:
Es menester aclarar que, de todas las compilaciones enumeradas, solo sobresalen por su corrección y factura técnica, dos bibliografías, que, justamente, no son generales, sino especializadas. Nos referimos al Anuario Bibliográfico editado por la Universidad Nacional de La Plata y a la Bibliografía de artes y letras, publicado por el Fondo Nacional de las Artes. El resto, desde un punto estrictamente bibliográfico, poseen registros que carecen, en mayor o menor medida, de los elementos necesarios para una correcta, completa e inequívoca identificación
Dos características, ambas negativas, sobresalen, durante el siglo pasado, en el desarrollo de nuestra bibliografía. Por una parte, ninguno de los proyectos iniciados, tuvo continuidad en el tiempo. Por falta de recursos, organización deficiente, cambio de orientación política y otros inconvenientes, las iniciativas concluían abruptamente o languidecían en el tiempo, lo que provocaba su cancelación.
El otro aspecto que es necesario señalar es el aislamiento, el individualismo, la ausencia de un proyecto, global, nacional, que coordine los esfuerzos, optimice los recursos, siempre escasos y finitos.
Aquí es necesario posar la mirada con algo más de detenimiento. El Estado nacional ha sido el gran ausente, el último responsable de la no concreción de la BNA. Nunca el Estado planificó y llevó adelante, una política nacional de información, una de cuyas vertientes principales debería ser, la bibliografía nacional.
Ninguno de los actores partícipes de este lamentable cuadro de situación, hemos sabido estar a la altura de las circunstancias. Ni la clase política, ni los intelectuales, ni tampoco, los que deberíamos ser los principales interesados, es decir, los profesionales de la información, hemos querido, podido o sabido, buscar la forma de cambiar el curso de los acontecimientos. Y si ha habido iniciativas al respecto, no han quedado más que en la formulación de buenas intenciones.
Para corroborar lo antedicho, vemos que al presente, con las Tecnologías de la Información y la Comunicación disponibles, nadie puede saber, a ciencia cierta, qué recursos de información tenemos a nuestra disposición. Podríamos lamentarnos, ya que este “agujero negro” provoca serios inconvenientes en lo que refiere a la cultura, la memoria y la historia argentina. Pero si lo enfocamos desde un punto de vista más pragmático y utilitario; cuántos recursos económicos no se hubieran malgastado y se siguen malgastando, de contar con esa importantísima masa de datos organizados de forma clara, precisa, fiable y sistematizada respecto a nuestros recursos informativos.
Fijemos, por un instante, nuestra mirada en los dos elementos fundamentales que componen las fuentes de información primarias; nos referimos a los libros y a las publicaciones periódicas. Y hagámonos preguntas básicas: ¿qué libros posee nuestro país, en qué bibliotecas se encuentran? ¿Cuáles obras están disponibles, cuáles se encuentran agotadas? ¿Dónde se localizan los diarios y revistas, indispensables para conocer nuestra historia, que nos ayude a no repetir los errores de aquellos que nos precedieron? ¿Contamos con colecciones completas o parciales de nuestro riquísimo acervo hemerográfico? Ninguna de esas preguntas tiene respuestas fehacientes y completas.
Conclusión
Tal como afirmamos en el título, creemos que, al menos en nuestro país, la bibliografía es un arte olvidado. Tiene, en la actualidad, muy pocos cultores que desarrollan esta rama de la bibliotecología con verdadero rigor científico. A diferencia de otros países, en donde las compilaciones bibliográficas “puras” son presentados hasta en tesis de doctorado; en el mundo académico argentino, las bibliografías siempre son un anexo o apéndice, como parte de un trabajo teórico.
Estamos en conocimiento que en tiempo reciente, en la Biblioteca Nacional Mariano Moreno, se ha creado un grupo de profesionales que ha encarado la tarea de compilar la BNA. Es de esperar que dicha iniciativa, que está en sus comienzos, se continúe en el tiempo, y reciba, de forma permanente, los recursos –humanos, materiales y tecnológicos– necesarios para la feliz consecución de la labor emprendida.
La bibliografía es una disciplina ardua, difícil y tediosa, en el pensamiento y la praxis de muchos colegas. Para que fructifique, es necesario que sea estudiada y enseñada, con pasión y espíritu crítico, en nuestras carreras de bibliotecología, reconociendo su importancia, entendiendo que nuestros amigos “inhumanos”, como así denomina a las computadoras el periodista español Leontxo García, son un auxiliar indispensable, pero que, de ningún modo, pueden sustituir, siquiera parcialmente, el trabajo y la creatividad de los bibliógrafos. En todos los órdenes de la vida, y la bibliografía no es la excepción, no se puede amar lo que no se conoce.
Referencias bibliográficas citadas y consultadas