Vanesa Deldivedro
ISFDyT 49 (DGCyE) - UNLP
RESUMEN
Se presenta un acercamiento a la figura de Luis Fortunato Iglesias a partir de su archivo personal donado por sus familiares al CENDIE. Iglesias fue maestro rural durante casi 20 años y desarrolló una experiencia pedagógica innovadora en la Escuela Rural n° 11 de Tristán Suárez, provincia de Buenos Aires. En ese momento era una escuela unitaria, con un solo maestro y con un formato de multigrado. Su experiencia docente fue el sustrato para la publicación de varios libros y de un largo itinerario como conferencista, consultor, escritor, funcionario y militante.
Palabras clave:Educación, Educación rural, Archivos públicos, Investigación pedagógica
Cuando me invitaron a escribir un artículo para el Anuario acerca de mis trabajos con el archivo personal de Luis F. Iglesias, me sentí halagada pero también asustada. Inicialmente pensé en que debía ser un tipo de escritura académica, pero cada vez que me ponía a escribir, se me aparecían las sensaciones, los aromas, las caras y los fragmentos de charlas casuales que transité en el CENDIE mientras trabajaba con el archivo. Y siendo este una publicación del CENDIE, y siendo yo una vieja amiga; pedí permiso para compartir una escritura y un cuento que no será tan académico, pero no deja ser parte del proceso. Entonces me dispongo a escribir acerca de mis encuentros atemporales con Luis F. Iglesias; y me acuerdo, como tantas otras veces, de la película La Casa del Lago.1
Me gustan las comedias románticas. Sí, me gustan. Algunas películas incluso soy capaz de verlas infinitamente. Una de las que, si me la cruzo en un zapping, voy a mirar es La casa del lago. La historia es bastante simple, un romance entre dos personas que coinciden en una casa y en un buzón pero, por alguna anomalía temporal, viven en distintos momentos históricos. Están desfasados temporalmente y, sin embargo, se mandan cartas y se conocen a través de ellas. El lugar de encuentro de las cartas, está en el buzón de la casa del lago, en la que ambos viven en tiempos diferentes.
La casa
La casa de la película tiene una historia. La casa de la ochava, también. El CENDIE funciona en un edificio enclavado en el centro mismo de la ciudad de La Plata. El edificio fue declarado patrimonio estructural, porque es parte de la etapa fundacional de la ciudad. Su edificación es de 1928 y allí funcionó la primera escribanía platense. Está frente a Plaza Moreno (centro geográfico de la ciudad) y entre la calle 50 y el inicio de la diagonal 73. Esa particularidad de iniciar la diagonal, hace que sea casi triangular, porque se construyó en esa ochava.
Trabajé varios años en el CENDIE y me convertí en una amiga de la casa y de su gente; allí también desde el 2012 se encuentra el archivo personal del Maestro Iglesias. Siempre que pude, me acerqué a ese archivo, a husmear entre los papeles, a encontrarme un ratito con esa historia y ese personaje adorable que conocí a través de sus libros hace muchos años. Por alguna razón, cada vez que accedí a algún fragmento de su historia, me era inteligible y relacionable con alguna cosa conocida de mi propia historia, o me invitaba a nuevas búsquedas. Entonces, se me apareció mil veces el paralelismo tonto con la película: “Él dejó eso allí, para que un día, en otro tiempo, yo lo encuentre, y entienda”. Sé que no es verdad, pero me gusta pensar que es así, que hay una especie de comunicación sin tiempo, y que cada vez que abro una caja del archivo de Iglesias ocurre la magia de la comunicación, justo ahí: en la casa de la Ochava.
Luisefe y yo
Trabajo con su archivo como parte del campo de mi tesis de maestría que ronda alrededor de la figura de Luis Fortunato Iglesias, o el “Maestro Iglesias” como es muchas veces nombrado. Para presentarlo estaría bien decir que Iglesias fue un maestro rural que desarrolló durante casi 20 años, desde 1938 hasta 1957, una experiencia pedagógica innovadora en la Escuela Rural n° 11 de Tristán Suárez, provincia de Buenos Aires. En ese momento era una escuela unitaria, con un solo maestro y con un formato de multigrado. El propio Iglesias fue quien dio a conocer la experiencia a través de la publicación de varios libros y de un largo itinerario como conferencista, consultor, escritor, funcionario y militante.
Además de lo que él mismo escribió, en los últimos 20 años han aparecido una serie de trabajos que han retomado e investigado sobre distintas facetas de la figura y la experiencia de Luis F. Iglesias. La gran mayoría de los trabajos se centran en las distintas aristas de la experiencia desarrollada como maestro. Sin embargo, existe una dimensión menos transitada, la del “exégeta de ese maestro rural”, como se nombra a sí mismo en una carta que le escribe a Paulo Freire en 1973 y que hemos recuperado en un trabajo anterior (Deldivedro y Garatte, 2021).
Pero este trabajo de investigación que estoy haciendo sobre la figura de Iglesias no solo tiene que ver con quién fue él, sino también con quién soy yo; se inscribe en intereses e historias personales de larga data. Nací y viví en Chacabuco, una ciudad del interior de la provincia de Buenos Aires, hasta los 17 años. Soy nieta de peones rurales, hija y sobrina de alumnos y alumnas de escuelas rurales de la zona. Las referencias históricas de mi familia y de sus escolaridades siempre tuvieron el paisaje rural como marco, excusa, explicación. La idea de la escuela rural y algunas de sus vivencias fueron parte de mi propia historia. Fui alumna de la Escuela Normal de Chacabuco y ya en esos tiempos de escuela secundaria tuve mi primer encuentro con Iglesias, a través de su libro “La escuela rural unitaria” (no sé cómo fue que llegó a mis manos, pero sé que fue en la escuela) y si bien no fue el motivo principal que definió mi elección por la carrera, fue parte del proceso de esa decisión.
Ya en la Facultad en 1994 (estaba cursando el segundo año de la carrera), la Asociación de Graduados de Ciencias de la Educación realizó un homenaje a Ricardo Nassif por el aniversario de los diez años de su fallecimiento. La profesora Julia Silber nos invitó a quienes cursábamos ese año su materia y allí, ese día, lo conocí personalmente a Iglesias. Ese es un episodio recordado entre mi grupo de amigas y compañeras de cursada; porque con una de ellas nos acercamos a él y le preguntamos si lo podíamos tocar. Recuerdo aún el gesto del viejo maestro, su sorpresa y su sonrisa, accedió y recuerdo perfectamente la sensación que tuve cuando le di esa palmada en el hombro.
Muchos años después, ya habiendo hecho otros recorridos como preceptora en una escuela secundaria, comencé a trabajar en el CENDIE, y si bien luego trabajé en otros espacios mi vínculo con la institución no se vio interrumpido (trabajara o no trabajara allí, siempre fui un poco parte). En el año 2012, la familia de Luis F. Iglesias decidió donar al Centro la biblioteca personal del maestro y eso me permitió durante años visitar la colección a través del trabajo que hacían mis compañeros y compañeras. Si bien nunca trabajé con la colección, siempre que pude, pedí permiso para mirar algo, por el solo placer del encuentro con ese personaje entrañable, aunque mis trabajos e intereses estuvieran centrados en otros temas.
Los temas de mi interés y de mi desarrollo profesional por un largo período estuvieron vinculados a la escuela secundaria, como docente en las escuelas o como trabajadora en la Dirección Provincial de Educación Secundaria de la DGCyE. Durante ese largo período mis preguntas estuvieron vinculadas a las experiencias educativas desarrolladas en distintas escuelas, y en cómo era posible entenderlas, transmitirlas, replicarlas. La pregunta era: ¿Qué hacen y cómo lo hacen “los que lo hacen bien”?. En esa recopilación informal de experiencias siempre puse el foco en aquellas que de alguna manera alteraban la forma escolar, que generaban innovaciones en las prácticas. Me preocupaba la falta de registro y sistematización de esas experiencias.
En el año 2019, volví al CENDIE por un breve lapso como trabajadora y nuevamente disfruté de quedarme fuera de horarios embelesada con las pinceladas de ese archivo personal de Iglesias, conociendo anécdotas, leyendo fragmentariamente. En ese año inicio mi trayectoria como profesora en escuelas secundarias rurales y en la formación docente. Ese es también el año en que decido retomar la Maestría en Educación (iniciada y abandonada muchos años atrás). Cursé el Taller de Tesis I con Luciana Garatte, una vieja y querida amiga de los tiempos de facultad. Definí un tema de tesis posible (experiencias educativas que alteran la forma escolar llevadas a cabo por profesores de secundaria), acredité el taller y le propuse que fuera mi directora. En nuestro primer encuentro para trabajar con la temática, no lográbamos llegar al tema en cuestión, no parábamos de hablar de Iglesias y entonces me preguntó por qué no hacía una tesis sobre su figura. Fue siempre un tema convocante para mí, pero lo que me interesaba de él, sus historias posteriores, “los chusmeríos”, que hubiera sido amigo de otros personajes importantes de la época, que hubiera jugado papeles importantes en instituciones diversas, que hubiera sido un militante de la educación pública, “las anécdotas irrelevantes”, no me parecía que ello fuera un tema de investigación. Pero eso que me interesaba, con el acompañamiento y la guía de mi nueva directora se convirtió en un tema de investigación posible, y descubrí un campo desconocido para mí, unas herramientas conceptuales que permitían que lo fuera. Aparecieron autores, marcos teóricos y metodológicos posibles para ese abordaje. Se me abrió el mundo y se me recortó el tema. Esa cantidad de datos sueltos y anecdóticos que durante años recopilé sin ser consciente empezaron a tener forma y sentido.
Durante estos últimos años ya no fui solo de visita a la casa de la Ochava, ya no fui solo a verme con gente querida. Fui además un poco más sistemáticamente a encontrarme con Iglesias, que a través de su archivo, de sus papeles, de sus cartas se fue comunicando conmigo para que lo conociera más y para ayudarme en mis propios recorridos, encuentros y reencuentros. Él me fue contando que recorrió y transitó por algunos de los lugares que yo transité; y me fue allanando algunos caminos. Entre las cosas que aprendí de él, es que fue muy amiguero y que cuando les escribía cartas, algunas veces, firmaba como “Luisefe”. Por eso me gustó nombrar este apartado como si estuviera hablando del vínculo que me une con un amigo, por eso se llama “Luisefe y yo”.
Por culpa de un telegrama
Entre las cajas del archivo Iglesias encontré un mensaje, de esos que siento que dejó para que lo encuentre: un telegrama fechado en 1981 desde Nicaragua de Ricardo Nassif y un borrador manuscrito en respuesta desde Buenos Aires “Llego 8 horas de lunes 3”. Conmoción: ¡Luis F. Iglesias y Ricardo Nassif se conocían! 2
Ricardo Nassif fue en mi formación, un tipo importante. El primer libro que me compré fue Teoría de la Educación y gran parte de todo lo que vino después se estructuró a partir de esas lecturas. Recuerdo que le conté a amigas que había encontrado esos telegramas, necesitaba compartir ese hallazgo.
Luego de dos años estoy en condiciones de decir que fueron amigos. Iglesias dejó en su archivo una cantidad de documentos que me permitieron reconstruir esa historia y me llevaron a buscar en la propia historia de la carrera que estudié, donde la estudié y con quienes la estudié. Luis F. Iglesias además de haber sido un maestro rural, fue profesor universitario y nada más ni nada menos que en mi carrera, en mi facultad (en un momento muy particular de la historia de la carrera), y fue profe de algunas de mis profes. Ese recorrido de Iglesias como profesor universitario y amigo de Nassif fue recuperado en un trabajo anterior (Deldivedro & Garatte, 2022) En ese trabajo, volvemos sobre esa historia, de cómo Iglesias de maestro rural llegó a ser profesor en la carrera de Ciencias de la Educación de la UNLP entre los años 1960 y 1965. Ese recorrido además nos permitió conocer una amistad de muchos años, entrañable. Compartieron el espacio de la facultad pero también viajes, estadías en otros países desempeñando diferentes roles. No solo existen cartas entre ellos, sino entre ellos y sus esposas, se nombran en cartas que mandan a otras personas. Se describen y describen encuentros y despedidas. Como ejemplo basta un fragmento de una carta de Nassif desde Managua a Luis Iglesias y a Clement, la esposa3: “estoy gozando por anticipado las largas charlas que tendremos, tu y yo, y si Clement cumple su promesa, no dejándose ‘solitariar’ y viniendo- como tú dices- ‘en las finales’ - seremos cuatro, hablando y hablando, como en otras épocas de Jaliscos en México, y de buen vino y empanadas en Montes de Oca, 9no. B.” (Carta de Nassif a Clement y Luis Iglesias, 7 de mayo de 1981).
En ese trabajo además, pudimos reconstruir cómo Luis Iglesias acompaña y presenta a Olga Cossettini cuando da un curso sobre educación popular en la carrera de Ciencias de la Educación, algo de lo que no habíamos tenido noticias. En ese trabajo se describen esos vínculos y esa participación de Iglesias en la UNLP como docente. Lo que no había narrado hasta ahora, es mi emoción, es mi encuentro (y reencuentro). No están contadas las veces que leí las cartas que se mandaban, ni las charlas con mi directora (y amiga), ni las risas compartidas y la ternura que nos provocó de leer a estos dos referentes haciéndose humoradas sobre sus vidas, recomendándose libros, hablando de amigos comunes, describiéndose:
Lo encontré en el aeropuerto, en el pleno calor managüense, con doble o triple abrigo […] Me pareció mentira que estuviera allí, sobrándome con su sonrisa, porque yo no lo encontraba. Algo así como un sueño, el bello sueño que uno tiene siempre cuando está lejos, de que se encuentra con amigos y amigos y amigos. El abrazo fuerte, los primeros comentarios, el “cómo estás”, “cómo está tu gente”, “cómo fue el viaje”, y así un cruce de borbotones de “comos” y de “ques”. Después la asimilación lenta de que todo eso era realidad, el reajuste del alma a las nuevas situaciones. (Carta de Nassif a Clement, 2 de noviembre de 1981 desde Managua).
Así como en ese encuentro en el aeropuerto, también esos “cómos” y esos “qué” se han repetido en cada uno de mis encuentros con Iglesias en el archivo.
Hace unos días, mientras iba a dar clases, sonó el celular y vi que se trataban de varios mensajes de un compañero del CENDIE. Paré en la banquina y descubrí que me mandaban las imágenes de un libro de Nassif, perteneciente a la biblioteca de Iglesias que estaban procesando técnicamente, y que tenía una dedicatoria “A Luis F. Iglesias y su ‘sagrada familia’. Con el afecto de siempre. Ricardo”. No solo me emocionó el hallazgo, me emocionó también que mis compañeros y compañeras que me han visto mil veces buscando esas pistas, la hayan encontrado y me la hayan mandado. Pensé en lo colectivo, en que las emociones se comparten y en que estaba en medio del campo, pero también en ese momento estaba, otra vez, en una anomalía del tiempo y del espacio. Ahí estábamos, en el medio del campo de camino a hacer de docentes y en la casa de la Ochava, en los 60 y en el presente, Luisefe y yo.
“La sagrada familia”
Los registros familiares en el archivo de Iglesias son importantes. Las referencias a su hijo, su hija y su mujer aparecen en sus cartas, en sus apuntes, en todos los momentos de su trayectoria. La figura de Clement aparece asociada a su trabajo en la escuela también, ya que fue ella quien armó el laboratorio de la escuela cuando él trabajaba allí. La ternura desplegada en las cartas que intercambian Clement y Luis durante su estadía en Nicaragua en 1981, es notable. Hacen referencia a llamados telefónicos, a menesteres hogareños, a las situaciones de vida cotidiana (qué comen, cuánto duermen, quién ordena la casa) y a las situaciones laborales, y entreverado con esas cuestiones aparece el afecto: “Cada vez me aferro más al teléfono el que además de noticias frescas que espero ansiosamente, me trae el regalo de tu voz genuina, nítida, viva.” Le escribe Luis a Clement desde Managua el 24 de septiembre de 1981.
Iglesias no sólo dejó rastros en su archivo de su vida profesional, dejó también de sus afectos, de sus amores. Muchas veces me he encontrado leyendo y sintiéndome una entrometida. Me pregunté muchas veces qué de lo que leo él estaría queriendo que lea. Tengo pendiente una entrevista con sus familiares, que postergo sistemáticamente. Sin embargo, sí me animé a escribirles; necesitaba que supieran que estaba investigando acerca de su padre, saber si eso que iba interpretando de su historia y de su trayectoria, de sus vínculos, no estaba errado. Mandé un correo electrónico con los dos documentos que habíamos presentado en eventos académicos, y les conté que no estaba segura de terminar de hacer la tesis, pero sí estaba segura de que hubiese pagado por tomar unos mates con su padre. Entonces, un domingo soleado mientras tomaba mates en el patio de mi casa, me llegó la respuesta: era el hijo que me contaba que él también querría tomarse unos mates con su viejo. Sentí que me estaban dando permiso para seguir esta conversación, y entonces me animo a compartir lo que sigue.
Luis Iglesias fue maestro, según cuenta él mismo en algunas de sus publicaciones, porque vio a su madre Joaquina, sufrir ante la imposibilidad de leer las cartas que le mandaban sus hijos a los que no veía hacía tiempo; a ella dedica su “Didáctica de la Libre expresión”. En su último libro Confieso que he enseñado lo explica en detalle:
Desde niño, retuve una imagen en mis pensamientos que me iba a perseguir durante toda la vida. Mi madre, Doña Joaquina, era analfabeta. Cada vez que llegaban cartas de mis hermanos mayores, se sumía en el abatimiento y la impotencia. No podía leer, ni mucho menos, contestar por escrito cada una de las sensaciones y emociones que la embargaban al conocer noticias de sus hijos. Entonces, dirigía su cabeza, una y otra vez, a las paredes o los muebles de la casa como si la culpable de semejante flagelo fuera ella misma. A partir de ese momento, tuve una obsesión: la enseñanza del lenguaje escrito.” (Iglesias, 2004)
Luisefe es el hijo de Doña Joaquina y en buena medida fue maestro, por eso. Pero además es el abuelo de Delfi.
Un día, trabajando en el archivo, recuperé uno de los tantos cuadernos de apuntes que aparecen, donde hay notas, citas, direcciones, teléfonos. En uno de ellos encuentro unas anotaciones hermosas, de esas que me dejan un buen rato sentada no pudiendo leer por las lágrimas… de esas que sé que no son para la tesis, que no aportan a la trama de relaciones, ni a la sociabilidad, ni a la experiencia educativa. Una de esas que me conmocionan porque entiendo su propia conmoción al escribirlo. Transcribo:
Delfi aprendió a leer El sábado 24 de junio de 1995, Clement alborozada informa a quienes quieren oírla que “Delfina sabe leer”. Jugando con el libro “Yuyito” de H. Solves, ambas y durante algunos días, Delfi descifra palabras y frases. Y lo demuestra. Después llamo a Hebe Solves y para su alegría le informo que Delfina aprendió a leer en sus libros “Yuyito” y “Patitas.” Conmoción.
Entonces no puedo dejar de pensar que el que escribe ahí es un viejo maestro, es el mismo que escribió Diario de Ruta, el que recopiló las escrituras de sus alumnos boyeritos en Viento de Estrellas. Ese que escribe ahí es un abuelo feliz, pero además es el viejo maestro, y el hijo de Doña Joaquina. En esos días en que me encuentro con estas cosas, salgo del salón donde están los materiales del archivo, voy a la oficina de al lado y entonces le cuento a alguna de las chicas de administración que me escuchan con paciencia, que se emocionan y que empiezan a quererlo también. Luisefe es un poco amigo de ellas también, porque estamos ahí juntos compartiendo humanidad a través del tiempo, en la casa de la Ochava.
Si yo fuera profesor de Pedagogía
Como he dicho al inicio coincidieron en el tiempo mis inicios como profesora en secundaria y en la formación docente con mi trabajo sistemático con el archivo de Iglesias. Compartí mis horas entre los descubrimientos de los gajes del oficio, horas de manejar en ruta (entre las escuelas rurales, Institutos Superiores de ciudades del interior de la provincia y mi casa) y lectura de los libros y materiales de Iglesias. No fueron pocas veces en las que lo tuve acompañándome en el viaje, no fueron pocas veces en que mis alumnos y compañeros docentes se me aparecieron en el CENDIE mientras indagaba entre las cajas. A veces una idea de él, un relato, un fragmento; me servía para animarme o validar alguna práctica propia. Otras, para llevarlo al aula y contarles a futuros docentes quién fue y lo que hizo.
Me voy a detener en uno de esos momentos en que la docencia y la investigación fueron la misma cosa. Un día en el que yo andaba armando una propuesta pedagógica para presentarme a un Concurso de la materia Pedagogía, en un momento en que me seguía preguntando qué tipo de bibliografía debía usar, cómo era necesario estructurar el programa, cuál era la pedagogía que tenía que enseñar a futuros docentes. Entonces mientras estaba en el CENDIE trabajando en el archivo, apareció un papel, una hoja suelta entre la maraña de hojas. Un escrito a mano alzada y desprolija… esas cosas que imagino escribía en medio del apuro, por necesidad o para no olvidarlo, o como idea para luego escribirlo o trascribirlo de otro modo. Pero esa hoja suelta fue todo lo que necesitaba yo en ese momento, porque Luisefe me volvió a mandar un mensaje a través del tiempo:
Si alguna vez llegara a ser profesor de pedagogía, me interesaría mucho llegar a provocar con mis clases un estado de ánimo en mis alumnos propicio a ver lo esencial del oficio educativo: el conocimiento, el respeto por la condición tan sensible de la vida del educando. Por eso, más que a tratados concienzudos de la materia, comenzaría por recurrir a obras de autores, maestros o no maestros, capaces de incidir en el alma de los alumnos normalistas.
Luego cita a autores de literatura infantil pero también a grandes pedagogos. He ido persiguiendo sus lecturas, cuando nombra muchas veces algo, cuando se lo recomienda a algún amigo en una carta, cuando es amigo de alguien que ha publicado textos; también los leo. Entonces, además de todas las otras cosas que debo agradecerle, es este proceso de acompañamiento epistolar que ha hecho en mi propia formación como docente, viene conmigo cada día. Lo cite o no, lo sepa o no. Luisefe, como otro grupo de amigas docentes con quienes comparto la docencia, es parte de mi vida cotidiana. Cuando la cosa se torna áspera, cuando me flaquean un poco las ganas, está ahí, para ponerme otra vez en camino. Me río de eso que escribió parafraseándolo un poco: “si alguna vez llegara a ser profesor de pedagogía, trataría de incidir en el alma de mis alumnos”. Conmigo parece que lo logró.
La guayabera y el humor
En el archivo de Iglesias hay documentos muy variados: cuadernos de apuntes, documentos oficiales, láminas, acuarelas, trabajos de sus alumnos, bibliografía, cartas. Hay fotos de distintos momentos de su vida profesional: fotos del joven maestro y del conferencista más grande; algunas están señaladas, escritas por detrás, o en un mismo sobre con las referencias que indican el momento, lugar, año.
Hay un conjunto de fotos que están en un sobre todas juntas, con la nomenclatura correspondiente y a partir de eso se puede decir que es en México, son los 70 y son unos cursos para maestros rurales que dio en aquel país. Varias de esas fotos, en el reverso tienen anotados los nombres de las personas que aparecen, o se señalan los lugares, situaciones particulares. En varias aparecen los nombres de las personas con el agregado “y la guayabera”. Una dice “mirar el cartel que está pegado en la pared, y la guayabera.” Inicialmente no podía entender a qué hacía referencia, de quién o qué hablaba… hasta que lo supe ver. En todas esas imágenes en las que tiene esa anotación (que eran varias del conjunto) aparece él con una camisa holgada y con bordados típica de Centroamérica, una guayabera. Cuando lo pude ver me reí, me reí de su risa, de que se estuviera riendo de sí mismo. Estaba sentada en el Cendie riéndome de un chiste que Luisefe me contó a través de la anomalía temporal de la casa de la ochava.
Algunas ideas finales
Cuando me invitaron a escribir este texto para el Anuario (supongo que pensaron que escribiría otra cosa) dudé mucho. Inicialmente elegí recortes y registros más académicos que dieran cuenta de la trayectoria profesional de Iglesias, que hablaran de él sin mí. Pero luego me decidí por este registro en el que estoy presente, en el que cuento qué me pasa a mí con ese trabajo, y donde cuento para qué lo hago. Elijo contar esto, porque estoy haciendo una investigación, sí, pero no soy una investigadora.
Lo cuento porque trabajo con el archivo de Luis F. Iglesias que supo que lo que había hecho como maestro, como educador, era algo importante, que era algo que podía ser transmitido. Porque es un maestro que registró su experiencia para compartirla. Porque no es solo Luis F. Iglesias, sé que hay muchos docentes desparramados por ahí que han dejado huellas, pistas, cartas, experiencias. Porque hay otras y otros que hicieron cosas importantes, que aprendieron de la experiencia, que la registraron y que tal vez nos dejaron mensajes a través del tiempo para que vayamos a buscarlos.
Porque no son todas las casas de la ochava, pero seguramente habrá en los archivos escolares, en las casas de viejos y viejas docentes, en los archivos y museos de los pueblos; cartas y mensajes para que vaya alguien en algún otro portal del tiempo y se comunique con ellos y ellas, y juegue a la investigadora o al investigador. Porque ese es un conocimiento que puede ser recuperado. Para que se produzca esa magia de comunicación entre nosotras y nosotros y quienes nos dejaron la posta. Para eso nos tienen que servir los archivos y las bibliotecas escolares. No me pareció tan descolocado escribir este texto para el Anuario sobre Bibliotecas, Archivos y Museos Escolares, porque es ahí adonde hay que ir a buscar esos portales del tiempo y esos mensajes. Si lo estoy haciendo yo, lo puede hacer cualquiera.
Libros publicados por Luis F. Iglesias.
Notas
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS