Florencia Ramondetta
Inspectora de Enseñanza Artística (DGCyE)
Amaranth Borsuk propone un exhaustivo y zigzagueante recorrido sobre la historia del libro organizado en cuatro capítulos desde los cuales aborda sus aspectos materiales, experimentales y conceptuales. El binomio escritura-materia se presenta como el punto de partida de las múltiples experiencias que, de una u otra manera, derivaron en la conformación del libro actual. En su análisis se puede rastrear la transversalidad de dos ejes: por un lado, las formas de la escritura, producto de un complejo proceso de transformación, vinculado a las rutinas y la experimentación en diferentes contextos culturales; por otro lado, la presencia de los escribas, escritores, lectores, imprenteros, copistas, diseñadores, entre otros tantos oficios, figuras clave en el pasado, presente y futuro del libro.
En el capítulo I, titulado “El Libro como objeto”, se analizan los inicios de la escritura y su íntima relación con los soportes. En un delicado equilibrio de influencias entre la materia, los símbolos y las prácticas surgieron las primeras formas del lenguaje escrito, sujetas a la materialidad que las contenía y condicionaba. Durante siglos se utilizaron recursos que abundaban en cada región: materias primas como la arcilla, la cera, el papiro, el bambú o la seda, formaron parte de los procesos, aislados o concatenados, que transformaron la oralidad en símbolo representado sobre un soporte. El desarrollo de la escritura, describe la autora, siempre estuvo sujeto a cambios tecnológicos, que permitieron adaptaciones, mutaciones y experimentación en función de facilitar la conservación, el almacenamiento y la divulgación de la información. Aunque el reemplazo de una tecnología por otra no fue automático, no es posible marcar períodos definidos en las sucesiones de la materialidad asociados a la escritura, pues los cambios en los soportes impactaron sobre la organización de la escritura y las prácticas de alfabetización. De este modo los métodos convivieron por largos períodos, se produjo la superposición y el lento desplazamiento de uno por otro: la tablilla por el rollo, el papiro, el pergamino, el bambú por el papel, así como en la actualidad convive perfectamente el libro impreso con el digital. Es de suponer, reflexiona la autora, que el libro digital suplantará al libro impreso algún día, en ese caso la apropiación total de un formato y el desuso del otro podría llevar siglos si se toma como referencia los períodos anteriores.
Uno de los materiales que se asocia directamente con el libro es el papel. Tal como se lo conoce, es el resultado de un largo proceso que se inició en la corte imperial china en el año 105, cuando la producción de libros, por entonces de bambú y seda, exigía la creación de nuevos soportes más livianos y menos costosos. En un accidentado periplo el papel llegó a occidente a través de la cultura musulmana, que entre los siglos XII y XII estaba en plena expansión. Así es como la España del siglo XII se convierte en la puerta de entrada del papel en Europa. La combinación del papel y el formato códice posibilitó a través de la cultura islámica una exponencial elaboración de libros, además permitió que numerosos textos de la antigüedad fueran traducidos, y por otro lado que se trasfirieran textos de la tradición oral como el Corán que corrían riesgo de desaparecer.
Borsuk sostiene que materialidad y territorio se vinculan con el surgimiento de las tecnologías de la comunicación en un momento histórico determinado. En este sentido América ha sido escenario de otro tipo de experiencias materiales en torno al registro de la información que tuvieron como eje la materia textil. El quipu, señala Borzuk, si bien no tiene relación directa con el libro, es un objeto vinculado a la historia de la transformación de la forma del libro en relación a la materia. El quipu en tanto objeto portador de información, concentra los rasgos simbólicos y materiales de la cultura andina: es liviano, fácil de transportar y es un objeto de materialidad textil. El dispositivo conformado por sistema de cuerdas y nudos en combinación con colores permitía codificar y transmitir datos, almacenar información, cuantificar y organizar. Durante la Conquista se prohibió su uso, aunque muchos sobrevivieron para su estudio, es difícil dimensionar el impacto que tenían en la organización social, económica y cultural, y se plantea el interrogante: en qué hubieran derivado de no haberse truncado su uso, quizás en formas mixtas de escritura.
El concepto de agrupar hojas plegadas en conjunción con el formato de tablilla dio lugar al surgimiento del códice en el primer siglo de era común. Esta invención de la hoja plegada proporcionó las bases para el mundo editorial que tuvo su auge en los siglo XVI Y XIX, aunque no implicó la desaparición automática del rollo. El códice logró su expansión en Europa de la mano del Cristianismo durante la Edad Media, primero como un manuscrito monástico y desde el siglo XII para consumo de las nacientes universidades.
En el capítulo II, “El libro como contenido”, aborda, por un lado, el proceso por el cual el libro se convierte en portador de información, y además la consolidación como dispositivo de lectura, lo que implicó un cambio en nuestra forma de percibir el objeto. Borsuk describe y analiza cómo la invención de la imprenta proporcionó las herramientas que iniciaron la era de los incunables, primera etapa de los libros impresos que emulaban a los manuscritos, y el posterior desarrollo del códice con la estandarización de la puntuación, el espaciado y la implementación de códigos comunes que lo convirtieron en un libro navegable. Con el Renacimiento surge la figura del autor como creador que, sumado a los cambios tecnológicos, otorgan nueva concepción del libro; además durante este periodo el libro se convierte en un símbolo de nivel económico y cultural, al tiempo que se producen cambios en los modos de lectura y en su circulación.
El libro de artista tiene su propio capítulo: “El libro como idea”, en él Borsuk indaga sobre las definiciones inherentes al género y las experiencias que sentaron las bases para el desarrollo del libro como obra de arte. Propone una serie de antecedentes claves: los libros de William Blake, Mallarmé y Ed Ruscha, además de la extensa y polifacética obra de Ulises Carrión. En base a estas producciones anacrónicas analiza cómo el libro de artista, en tanto obra que remite al libro, ensancha sus límites de maneras insospechadas, requiere de un lector atento pues le exige pensar y reflexionar sobre la forma, el concepto, la estética y los principios que el libro de artista encarna. Presente en las vanguardias y los movimientos artísticos es uno de los géneros más representativos del siglo XX. En su postulado Borzuk afirma que el libro de artista genera sentido, y esta operación implica interrogar el códice, cuestionar las formas de comunicar y los modos de lectura. La autora adhiere a la definición acuñada por la teórica Johanna Drucker, que propone pensar el libro de artista como una “zona de actividad” en la que artistas y escritores intervienen con sus medios de producción para generar nuevas estéticas. En este sentido, reflexiona la autora, pensar el libro en términos de idea exige mirar nuevamente las formas materiales y sus posibilidades expresivas, acción que convierte al libro en objeto.
A lo largo de su larga existencia de más de 2000 años, el libro ha sido objeto de profundas transformaciones, así como también de tensiones en relación a su posible desaparición. Al respecto Borsuk señala que estas preocupaciones por el futuro del libro no son nuevas, han surgido ante cada cambio tecnológico que auguraba obsolescencia del mismo. Más cercano a nuestros días el arribo del e-book, como soporte de la lectura, marcó en el siglo XXI la posibilidad que poner en jaque el libro impreso. Sin embargo surge un escenario de lecturas híbridas, con lectores mixtos que migran de la pantalla a la página en papel y viceversa según su comodidad, disponibilidad de recursos, tiempo y lugar. Este aspecto es desarrollado en el último capítulo “El libro como interfaz”, presenta un panorama sobre las posibilidades que ofrece el medio digital, en tanto remediación de lo impreso, desde la ampliación de las fronteras del libro mediante el hipervínculo, el cruce de las disciplinas audiovisuales, hasta los proyectos de digitalización de libros, almacenamiento y difusión de archivos. La autora reflexiona en torno a los proyectos que permitieron el posterior desarrollo de los dispositivos digitales y sobre el impacto que tienen los emprendimientos de digitalización masiva de textos como plataformas de divulgación y conservación física de libros, esta última como una respuesta ante la decisión tomada por algunas bibliotecas de desprenderse de los libros sin demanda
En el transcurso de este trabajo Borsuk plantea un horizonte abierto para el libro que, en su continua transformación, se adapta a los lectores contemporáneos y se constituye en nuevas formas que reivindican las anteriores, aun las más antiguas, pues cada parte del libro deriva de diferentes tradiciones. En términos históricos no es posible concebir el libro sin considerar sus antecedentes, tanto materiales como experimentales. En este sentido la estructura organizativa de la investigación le permite al lector vislumbrar los cambios que forjaron el libro como dispositivo de lectura y de almacenamiento, y al mismo tiempo reflexionar sobre la cambiante relación con este objeto.