Matías Maggio-Ramírez

CENDIE (DGCyE) - Universidad Nacional de Tres de Febrero


Tapa del libro: el pequeño Chartier ilustrado. Breve diccionario del libro, la lectura y la cultura escrita

 

Sobre Chartier, R. (2022) El pequeño Chartier ilustrado. Breve diccionario del libro,

la lectura y la cultura escrita.

Ampersand

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Ningún estudiante de los niveles educativos obligatorios añora la “Ch”. No la buscó nunca en los diccionarios y enciclopedias que organizaban el saber de manera secuencial y que hoy, como viejas máquinas en desuso, se encuentran arrumbadas en las bibliotecas escolares. Para aquellos nostálgicos y rebeldes en El pequeño Chartier ilustrado se incorporó la entrada “Ch” a pesar de que en 1994 el Congreso de la Asociación de Academias de la Lengua Española, celebrado en Madrid, decretó que ya no tendrían las conjunciones de letras sus propias entradas en los diccionarios y que quedarían subsumidas a la letra inicial. Chartier mencionó el proyecto de reforma de Andrés Bello, que buscaba la “correspondencia perfecta entre grafemas y fonemas (lo que debía hacer desaparecer la c, sustituida por la z, o la q y la h)” (p. 61), porque trataba de suprimir las letras que no se pronunciaban en las palabras. El objetivo era establecer una relación directa entre el decir y su escritura. Entre la vocalidad y la palabra escrita es que se encuentra El pequeño Chartier ilustrado. Quienes recuerdan las entradas de la “Ch” y “Ll”, como letras con peso propio, en el Pequeño Larousse ilustrado entenderán el guiño amistoso y cómplice en la elección del título del libro por parte de los antropólogos chilenos Pedro Araya y Yanko González que entrevistaron al historiador Roger Chartier.

El pequeño Chartier es una gran entrevista fragmentada, en las que los

entrevistadores han borrado la mayoría de sus huellas, para conformar un

 


breve diccionario del libro, la lectura y la cultura impresa. Al transcribir y organizar los dichos de Chartier en modo alfabético se recuperaron los ecos de la etimología latina de dictionarium que deriva del latín dictum como “acción y efecto de lo dicho o indicado” (p. 25). Lo dicho por Chartier es una de las puertas de entrada a sus libros. El historiador fue siempre muy generoso en brindar entrevistas. Una de las primeras que circuló en Argentina fue la que en 1994 le realizaron Noemí Goldman y Leonor Arfuch para la revista de historia Entrepasados. El pequeño Chartier es la confirmación de que los temas que aborda el historiador francés interpelan a un público mucho más amplio, al punto de contar con las palabras clave para adentrarse en su obra.

La primera edición del libro se realizó en Chile en el 2021 y al año siguiente, Ediciones Ampersand publicó para Argentina este “diccionario vocalizado a partir de aquellos conceptos que en la obra del historiador ofrecían un gran potencial divulgativo respecto a aspectos gravitantes de sus hallazgos e interpretaciones sobre la cultura escrita” (p. 10). En el diccionario se abordan reflexiones sobre las relaciones entre la escritura, el libro como objeto impreso y las prácticas de lectura, así como también se dedican dos entradas a cuestiones ligadas a la historiografía cultural: “Historia Social de la Cultura” y “Representación”.

La primera palabra en el diccionario es “Apropiación”, en tanto “capacidad de los individuos -como lectores, espectadores u oyentes- de producir algo que no es idéntico a la intención del autor o del editor de la obra que han recibido” (p. 29). Chartier recuerda, por su lectura de Michel de Certeau, que la apropiación y su capacidad creadora no se realiza en el marco de una libertad absoluta sino que hay que tener en cuenta condicionamientos económicos, sociales, culturales e históricos. La voz “Biblioteca” no solo se refiere a una “colección de libros y otros textos que el lector lee en el sitio mismo” (p. 34), sino que también aborda la conservación analógica en tiempos de la digitalización de la información. Hubo bibliotecas que cuando la microfilmación era sinónimo de preservación, destruyeron o vendieron sus colecciones de diarios y periódicos, por ejemplo, para ganar espacio en las estanterías. Para el autor surgen dos cuestiones que la Biblioteca como institución ha de resolver. Primero, cómo “justificar su papel como lugar e institución en la cual se puede tener acceso a las formas antiguas o presentes de publicación de los textos” y luego “explicar por qué es necesario leer en la biblioteca” (p. 34). Para Chartier la respuesta implica recordar que un texto no es solo contenido, sino también su forma, su cuerpo, porque no existe texto por fuera de la materialidad que le da sentido. Hay un saber en la materialidad que no se transmite en la digitalización del objeto. También sostuvo que la biblioteca es un “lugar de aprendizaje, inclusive del mundo digital y de sus peligros, y un espacio de sociabilidad en el cual se mantiene una relación con la cultura escrita a través del intercambio de palabras” (p. 35). Las voces que siguen no tienen desperdicio para docentes y, principalmente estudiantes de Nivel Superior, porque el historiador tiende su mano para guiar a quien lo lee sobre tópicos de su obra como: Borges, Canon, Censura, Ch, Dios, Edición, Formato, Fragmento, Gutenberg, Historia Social de la Cultura, Ilustración, Juventud, Kindle, Lector [muerte de], Librería, Memoria, Narrativa, Ojos, Plagio, Quijote [don], Representación, Shakespeare, Traducción, Universidad, Voz, Wreader, Xilografía, Yo (literatura del) y Zoología.

Los temas que aborda el libro interpelan tanto al historiador como también, principalmente, al profesional de la información que busca insertar su práctica en una tradición. La defensa de las bibliotecas, como barrera ante las fake news. La entrada Ilustración no sólo hace referencia a la pregunta kantiana, sino que aparecen los entrevistadores para preguntarle al historiador sobre los alcances de las licencias Copyleft y Creative Commons en relación con el ideario ilustrado de la propiedad intelectual. El autor recordó que la Ilustración propuso “la reivindicación de la circulación universal del conocimiento y, por otro [lado], la definición del concepto de propiedad” (pp. 97-98), por lo que el open access en revistas científicas sería heredero de esa discusión.

El trabajo de edición de los antropólogos es modesto en las notas al pie de página, porque como explicaron al principio del diccionario buscaron que su intervención casi pasara desapercibida. Dejaron en las notas las referencias bibliográficas en castellano a los autores que Chartier mencionó en cada entrada. Quien lea el libro tendrá en las notas las pistas para reconstruir la red de significaciones que entrecruzan el diccionario. También dejaron la información bibliográfica de otros títulos de Chartier. Quien busque más información podrá saltar su lectura de la nota al pie al libro.

Las entradas del diccionario tienen como temas transversales cuestiones como la oralidad, la escritura, la materialidad, la autoría y la apropiación. En un ejemplo de estos cruces, Chartier recordó una carta de Benjamin Franklin en la que proponía que el inglés introdujera los signos de exclamación e interrogación de apertura al comienzo de la frase, que se utilizaban en español gracias a la inventiva de los impresores. Esto debía “reforzar la capacidad del discurso oral de ser correctamente leído y adecuadamente reproducido para y por los oradores” (p. 63). El español era para Franklin una lengua a imitar porque permitía una pronunciación más exacta de las palabras, por lo que Chartier afirmó que “es por eso que siento mucho la desaparición de la ch como letra en un diccionario (salvo en este)” (p. 63).

 

Maggio-Ramírez, M. (2023) Sobre Chartier, R. (2022) El pequeño Chartier ilustrado. Breve diccionario del libro, la lectura y la cultura escrita. Ampersand. Anuario sobre Bibliotecas, Archivos y Museos Escolares, 3, 338-341