Matías Maggio-Ramírez
Centro de Documentación e Información Educativa (DGCyE) - Universidad Nacional de Tres de Febrero
En 1999, con el fin de siglo a la vuelta de la esquina y con pocos de sus libros traducidos al castellano, se publicó en México Cultura escrita, literatura e historia. Coacciones transgredidas y libertades restringidas. Allí se editaron las conversaciones que Carlos Aguirre Anaya, Jesús Anaya Rosique, Daniel Goldín y Antonio Saborit mantuvieron con Roger Chartier donde se analizaron los cambios de los soportes del libro, las mutaciones de los distintos eslabones en la cadena de publicación de un texto y la historiografía de la última mitad del siglo XX, entre tantos temas. Al poco tiempo, ya en el 2000, la editorial Gedisa en la colección que dirigía Emilia Ferreiro, recuperó los diálogos que en 1997 Jean Lebrun mantuvo con Chartier bajo el título Las revoluciones de la cultura escrita. Diálogos e intervenciones, donde abordó los cambios en los conceptos de autor, texto, lector, lectura, biblioteca y analizó cómo la digitalización de la información modificó las distintas instancias de producción, circulación y apropiación del texto.
Las entrevistas y diálogos de Chartier tienen algo en común: su confianza en la conversación como espacio de la civilidad, de la escucha -que retoma aportes de la voz ajena- para continuar la charla. Ese diálogo, al menos en su transcripción que nos llega como un eco de un pasado efímero pero pulido en la instancia de corrección y edición, recupera el valor de la palabra en el espacio público. Este fue uno de los temas centrales en la historiografía de nuestro autor al ponerlo como telón de fondo para pensar el libro y la lectura en el siglo XVIII francés.
El primer apartado del volumen Lectura y pandemia. Conversaciones, publicado bajo el sello Katz, recopila la transcripción de dos conversaciones que, a la distancia y con un Atlántico de por medio, Chartier mantuvo con Alejandro Katz y Nicolás Kwiatkowski. El historiador francés abordó los temas de su especialidad pero a la luz de la pandemia del COVID-19. La lectura fue el eje central de su intervención al pensarla como un acto que permite “atribuir un sentido a un texto que se manifiesta en los caracteres de una escritura puestos sobre un soporte” (p.12) y que como la práctica lectora es tan plural y desigual, por las distintas condiciones de acceso al contenido, es difícil analizarla en el marco de la pandemia sin contar con investigaciones, relevamientos y estudios. Por lo tanto, propuso “resistir la tentación de proyectar la experiencia personal como si fuese compartida y general” (p.13) para avanzar cautos a la hora de mapear el terreno del mundo de la lectura en tiempos de incertidumbres.
El primer signo de la pandemia en la cultura escrita, con el que Chartier comenzó su análisis, fue el quiebre en la cadena de valor del libro en el último eslabón de distribución comercial: las librerías. El cierre de comercios produjo no solo una caída en las ventas de libros sino también, la postergación de publicaciones en los planes de las editoriales. Las librerías, principalmente en las grandes ciudades, se vieron amenazadas ante la competencia de Amazon, que ya no es solo un vendedor de libros sino el supermercado del mundo digital, y no tiene competidores. En los países, como Francia y España, que cuentan con regulaciones que promueven el precio fijo de venta al público, se encontraron que el gigante del comercio y del entretenimiento ofrecía reducir costos y tiempos de envío, en condiciones que las librerías no podían igualar. En las ciudades, y principalmente en las zonas de alto tránsito, aumentaron los valores de los alquileres de locales comerciales. Los incrementos sostenidos de los alquileres también conspiró contra las librerías. Por ejemplo, entre el 2000 y el 2019 se cerraron en París 350 librerías por lo que queda registrar si se mantuvo esa tendencia luego del COVID-19. Por otro lado, nuestro historiador, abogó por la protección de las librerías frente a las editoriales que venden directamente su fondo editorial y “puentean” a las librerías que dan trabajos locales, en los distintos puntos del país, mientras que las editoriales suelen estar concentradas en las principales ciudades.
El proceso de concentración editorial, que se aceleró en los últimos años, favoreció la construcción de un catálogo con criterios ligados a la comunicación y el entretenimiento. En base a la lectura de La edición sin editores de André Schiffrin, se diagnosticó que los sellos apostaron por la publicación de obras de alta rotación e impacto, para saciar una demanda preexistente en desmedro de títulos de larga duración en un fondo editorial que apueste a generar nuevas conversaciones. La disminución del mercado de libros, al caer la facturación global del sector, también tuvo su correlato en el cuidado de los textos frente a la paulatina extinción de los correctores de estilo.
La pandemia generó que experimentemos de manera exacerbada una vida digital, que estaba latente, en el comercio, la educación y la lectura. Chartier, a partir de la información disponible, indicó que las ventas de libros digitales son todavía marginales respecto a los libros en papel, aunque queda indagarse en el futuro si la pandemia ofició de acelerador en la transformación y mutación en el mundo de la cultura escrita o si, por el contrario, habilitó una deriva a la forma digital del consumo y de la gestión del tiempo de ocio.
Entre las consecuencias de la pandemia se puede entrever que los poderosos y ricos se han vuelto más poderosos y ricos, para las grandes empresas la crisis sí fue una oportunidad. Por ejemplo, Amazon terminó por convertirse en el supermercado del mundo mientras su dueño viaja al espacio como pasatiempo gracias a las compras que globalmente se realizan en línea en su plataforma y en las sucedáneas como Thebookdepository.com.
Por otro lado, la digitalización de la vida pública y de la lectura, que en redes sociales es “acelerada, apresurada, impaciente, fragmentada (y que fragmenta), sin la necesidad de controlar las informaciones y las afirmaciones leídas” (p. 24) marcó la necesidad de realizar, de fomentar, desde distintas instancias como puede ser la biblioteca escolar, un examen crítico y una comparación de las fuentes de información porque “este tipo de lectura acelerada y crédula se constituye como un poderoso instrumento de comunicación para todas las formas de manipulación, de falsificaciones y de reescrituras engañosas del pasado. Son amenazas temibles para el futuro” (p. 25).
En la última conversación Roger Chartier retomó el diálogo con Daniel Goldin para historizar el espacio público en los paradigmas de Kant y de Condorcet para pensarlo en el presente digital en el marco de la pandemia del COVID-19. La conversación dieciochesca fue una práctica intelectual que, según Chartier, contenía “la confrontación y la oposición de las ideas y opiniones dentro de los límites de la cortesía, permitía ejercer el espíritu crítico sin que se destruyese el lazo de la sociabilidad por la excesiva vehemencia de las tensiones” (p. 66). Para evitar que los espacios públicos se plegaran sobre sí mismos, y que los algoritmos segmenten las noticias que coinciden en su enfoque con el lector recomendaba transmitirle “a los usuarios más frecuentes de las redes digitales la necesidad de la incredulidad, del control y de la comprobación, de la duda sistemática y del respeto por el conocimiento” (p. 67).
Las conversaciones de Chartier en Lectura y pandemia hacen partícipe al lector, se lo respeta, y en ningún momento lo dejan fuera del diálogo. Hasta le guiñan el ojo para que complete el apellido de los presidentes, asociados a la difusión de fake news, que se esconden en las iniciales de los apellidos. De manera sintética, Chartier recuperó parte de los tópicos de sus primeros diálogos. Los pensó en el marco de una pandemia y dejó un diagnóstico posible para imaginar el futuro no solo de la lectura, sino también de la vida democrática en el espacio público digital.
REFERENCIA BIBLIOGRÁFICA