Sebastián Perrupato
UNMdP-CONICET
Como en la época de 1789 me hallaba en España y la revolución de Francia hiciese también la variación de ideas, y particularmente en los hombres de letras con quienes trataba, se apoderaron de mí las ideas de libertad, igualdad, seguridad, propiedad, y sólo veía tiranos en los que se oponían a que el hombre, fuese donde fuese, no disfrutase de unos derechos que Dios y la naturaleza le habían concedido, y aun las mismas sociedades habían acordado en su establecimiento directa o indirectamente (Belgrano, 1814: 34).
En octubre de 1786 Manuel Belgrano llegaba a La Coruña, enviado por su padre a estudiar leyes, junto con él muchos americanos decidieron formarse en Europa, pese a la existencia de varias universidades en la misma América hispana. En el siglo XVIII, figuraban inscriptos solo en la Universidad de Salamanca 27 criollos, 4 de ellos provenientes de Buenos Aires entre los que figuran Martín José Varnes (1766); Juan José Barón (1773); Francisco Xavier Xérica (1779) y Manuel Belgrano Pérez (1786).
Sin dudas, el siglo XVIII ha sido el siglo de las experiencias pedagógicas, los intelectuales de la colonia viajaron frecuentemente llevando consigo un bagaje de ideas que se entramaron e hibridaron con las corrientes pedagógicas europeas. Basta recordar los nombres de los principales ilustrados americanos y recorrer sus biografías para darse cuenta que todos ellos, como Belgrano, tuvieron sus años de formación en los principales centros europeos y se vieron influidos por las ideas que circulaban no solo en Europa sino en las cuatro partes del mundo
(Gruzinski, 2011).
La Ilustración abrió un espacio interconectado y trasformó el mundo en un espacio profundamente dialógico que se articuló en el interjuego entre lo local y lo global, transformando los diferentes aspectos de la vida. La educación fue uno de los aspectos vitales prioritarios para los ilustrados que insistieron una y otra vez en lograr, por medio de ella, la felicidad pública (Perrupato, 2018a).
La Monarquía Hispánica constituyó una intensa red en la que las diferentes partes se intercomunicaban y la información fluía entre distintos puntos, generando espacios de circulación, intercambio, conflictos e interacciones que muchas veces escapaban a las esferas de control y configuraban poderes locales que no siempre permanecieron en consonancia con los intereses borbónicos en España.
En este sentido, América se descubría en el siglo XVIII con plena inserción en el moderno sistema mundial, como la Península, se encontraba en un juego de espejos y relojes en que miraba a Europa esperando verse reflejada en ella, al tiempo que su reloj marcaba de manera bastante sincronizada las ideas europeas (Diz, 2006). Así, el pensamiento ilustrado americano, español y europeo formaron parte de un proceso amplio de Circulación de ideas
,1 propio de un pensamiento significativamente ecléctico (Sánchez Blanco, 1991). Se trató de un proceso de apropiación de ideas en diferentes direcciones en el cual la asimilación que los intelectuales tuvieron de las ideas pedagógicas circulantes, respondió a la lectura que hicieron en su contexto y con intereses diferentes (Perrupato, 2018b).
En la península la Ilustración generó una innumerable cantidad de propuestas de reforma que se constituyeron en los primeros ensayos de un sistema educativo que llevará décadas de formación.2 Sin embargo, en América las propuestas de reformas fueron algo más tardías.3 Si la Ilustración tuvo como preocupaciones fundamentales la economía y la educación, en las colonias la inquietud principal fue la primera, debido principalmente a que quiénes la pensaron lo hicieron desde Europa donde poco es lo que se cuestionaba la educación de los dominios ultramarinos (Perrupato, 2017).
De una u otra manera no podemos negar que los ilustrados americanos se preocuparon por la cuestión educativa, aunque sea tardíamente, intelectuales como Antonio Alzate, Pablo de Olavide, Simón Rodríguez, Andrés Bello, Manuel Belgrano o Gregorio Funes, entre otros, pensaron la educación americana inserta en una pedagogía que sobrevolaba el mundo y modernizaba todo a su paso. Los ilustrados pensaron América a la luz de un espacio mundial globalizado y no limitado a la Monarquía.
No podemos negar que el intercambio cultural y científico entre España y sus colonias fue muy intenso en la segunda mitad del siglo XVIII. Como ha destacado Chiaramonte (1962) la difusión de las novedades y las controversias sobre la formación no fue ajena al profundo debate de ideas que surcó a la Ilustración y a la cultura Hispanoamericana. Es en este sentido, que los Viajes, libros, intercambios epistolares y una acrecentada movilidad de la población contribuyeron a intensificar el intercambio cultural; a lo que deben sumarse las modas, los hábitos, manifestaciones que se advierten hasta en el lenguaje
(Weinberg, 1988: 6).
La circulación de ideas entre las diferentes partes de la Monarquía se canalizó de dos formas que se mostraban como contracaras de una misma moneda destinada la adquisición de un pensamiento autónomo y plural. En primer lugar, como se desprende de la cita que abre el artículo, fueron los viajes, favorecidos por las relaciones de amistad y los intercambios epistolares, los que impulsaron discusiones, controversias y disputas sobre la educación en las diferentes partes del globo.
La estrecha relación entre el plano político y el de las ideas obligaba a la circulación entre las diferentes partes de la Monarquía. Pero también las relaciones personales hicieron de los traslados una necesidad. Los principales ilustrados americanos, o incluso algunos criollos acomodados, viajaban a la península en busca de formación, reconocimiento, títulos o favores reales. Olavide, Belgrano, San Martín o Bolívar son quizás los casos más paradigmáticos, con ellos decenas de personas viajaban a la metrópolis en la búsqueda por acrecentar sus capitales sociales, culturales y simbólicos.
En segundo lugar, las cartas y relaciones de amistad contribuyeron significativamente a esta circulación mediante constantes flujos de materiales e información. Ya sea por vías oficiales o extraoficiales, las principales obras europeas circulaban en América pese a la labor llevada adelante por la aceitada censura inquisitorial y real. No podemos dejar de reconocer la lectura y el conocimiento directo que muchos ilustrados americanos tenían de las obras españolas y europeas. En sus bibliotecas se observaban las obras más relevantes del siglo XVIII tanto españolas como extranjeras.4
Se ha hablado mucho de la labor de la censura, que se convirtió en uno de los medios favoritos para la regulación de las lecturas. Sin embargo, debemos entender que el hecho de que libros como el Emilio de Rousseau hayan sido prohibidos no implica que no hayan sido leídos. Pese al recrudecimiento de las medidas de censura en el último cuarto del siglo XVIII,5 ni el gobierno, ni el poder eclesiástico, podían impedir la introducción y lectura de obras extranjeras en la península, pero menos aun en América donde los controles se hicieron más laxos y la filtración de obras moneda corriente.6
Sin dudas, las principales obras sobre temas educativos eran leídas y referenciadas con frecuencia. Intelectuales como Simón Rodríguez, Andrés Bello, Gregorio Funes o el mismo Manuel Belgrano fueron un claro ejemplo de ello. En sus obras autores peninsulares como Mayans, Campomanes y Jovellanos convivieron con extranjeros como Locke, Voltaire o Rousseau, por momentos sin poder advertir que sus propuestas se distanciaban en un punto sustancial: la Revolución.
Como era lógico pensar en el contexto de circulación de ideas que venimos describiendo, las propuestas pedagógicas americanas recibieron el influjo de cuatro vías que se transformaron en fuentes de inspiración a partir de las cuales se generaron formas de apropiación auténticas. En ellas las ideas ilustradas de las cuatro partes del mundo convivieron, se hibridaron o fueron recreadas en función de las particularidades del territorio.
Una primera vía de circulación se reconoce en la trayectoria británica que se articuló en torno a dos grandes ideas o corrientes de pensamiento. La afirmación que el origen del conocimiento se basaba en la experiencia y que la educación debía partir de las necesidades e inquietudes del educando, fue el principio de la mayoría de los postulados pedagógicos. Sin embargo, este postulado atravesó las obras de los españoles y franceses, por lo que no podemos afirmar con seguridad en qué medida fue producto de la lectura que americanos tuvieron de Locke o de sus mediaciones.
Una influencia más directa tuvieron las ideas lancasterianas que, decimonónicas, llegaban de la mano de intelectuales que viajaron a Inglaterra. El ejemplo paradigmático es Andrés Bello que luego de estar casi 20 años en Londres volvió a América con las ideas del moderno sistema británico y las expandió desde Chile a principios de la centuria.
La segunda vía de circulación, ha sido la más ensayada por célebres historiadores que sostuvieron la importancia de las ideas francesas, en los procesos independentistas. En materia pedagógica la influencia de Rousseau es innegable. Sin dudas, sus postulados fueron mejor acogidos en América que en la península. Pero dos de sus ideas se transformaron prontamente en postulados favoritos de los intelectuales de toda la Monarquía y pilares para la educación: el lugar primordial del niño y la gradualidad de su aprendizaje. Debemos recordar que a Rousseau debemos el descubrimiento del niño con un sentido pedagógico.
La tercera vía corresponde a la influencia de la Ilustración portuguesa. Llama la atención la acogida que tuvieron algunas de estas ideas, particularmente la propuesta de Luis Antonio María Verney. El Verdadeiro Método de Estudar (1746) fue muy bien recibido en América y especialmente en las universidades que se hicieron eco de muchas de sus propuestas y encararon el proceso de reformas curriculares inspirados por el autor. En el virreinato el Dean Funes encaró, a principios del siglo XIX, una reforma para la Universidad de Córdoba inspirado en los aportes del portugués.
Finalmente, debemos destacar que, heredera de la tradición monárquica española, la propuesta educativa americana no abandonó el dogma católico. La cuarta vía encuentra en la tensión entre modernidad y tradición la característica propia de la Ilustración española de la cual los dominios americanos eran parte integrante. Aunque los ilustrados se cuidaron mucho de no entrar en coalición con la Iglesia, es posible evidenciar una progresiva secularización, que sentará las bases de la educación común de la segunda mitad del siglo XIX.
Más allá de estas proyecciones y lecturas que los americanos tenían de las propuestas mundiales, no podemos dejar de reconocer que las mismas fueron parte un nuevo clima de ideas que se replanteaba el sentido de la educación y la concebía de un nuevo modo. En este sentido, las propuestas incorporaron una nueva mirada sobre lo que implicaba educar retomando elementos antiguos e intentando avanzar en un sentido más moderno. Esto provocó que la educación fuera motivo de debate entre los diferentes grupos políticos, instruir fue la palabra mágica que tuvieron en su boca la mayoría de los gobernantes e intelectuales reformistas
(Álvarez Iglesias, 2009: 76). El periódico Correo de Madrid, retomaba de las Cartas al Conde que educar era el Arte de formar al hombre, de modo que cultivando sus buenas cualidades y corrigiendo las malas por otras que les sean contrarias, se pueda sacar partido de unas y otras, para hacerle más necesario, más útil y más agradable en cuanto se pueda, así mismo, a su familia, a la sociedad, al Estado y a la Humanidad
(24-IV-1790).
El mismo periódico publicaba después, en un trabajo dedicado a los maestros de primeras letras, la siguiente definición: La educación, hablando con propiedad, es el arte de manejar y disponer los entendimientos. Es de todas las ciencias la más difícil, la más rara y a un mismo tiempo la de mayor importancia, pero, por desgracia, la que nunca se estudia bastante
(4-IX-1790).
Como se puede observar en ambas definiciones la noción central era el arte de formar al hombre o disponer su entendimiento. La Ilustración en su mayor parte, no consideraba la educación como ciencia, sino como arte, y en esto continuaba aferrada a una tradición cultural aristotélica. No obstante, esta idea de arte incorporaba una nueva dimensión. Se trataba de un arte que podía cultivarse, la educación era fruto del estudio de la experiencia y de la aplicación que son los únicos que dan una verdadera capacidad
(Correo de Madrid, 24-IV-1790). La educación aparecía así asociada a la agricultura, no sólo desde una perspectiva pedagógica, relacionada a los tiempos y el cuidado de la educación,7 sino –y sobre todo– desde una perspectiva utilitaria, en la cual la paciencia y el cuidado invertidos
en la educación era retribuidos en el momento de la cosecha. Esta misma idea estaba presente en los ilustrados americanos, escribía Belgrano en su autobiografía motivado por la necesidad de instrucción a los hombres de la Junta: Me propuse, al menos, echar las semillas que algún día fuesen capaces de dar frutos, ya que por algunos estimulados del mismo espíritu se dedicasen a su cultivo, ya que por el orden mismo de las cosas las hiciese germinar
(Belgrano, 1814: 35).
La educación perseguía, en último término, la felicidad del hombre. Se presentaba como una herramienta para alcanzar la felicidad del pueblo La educación es el secreto y el más fácil medio para corregir los errores de los hombres y remediar los estragos y miserias que siguen al imperio de la preocupación
(Correo de Madrid, 17-XI-87). Esta preocupación por la felicidad era compartida por la mayoría de los ilustrados, incluso los americanos. Belgrano mismo miraba este horizonte en sus instructivos para las escuelas de Dibujo, Náutica, Matemáticas y Agricultura.
Reflexiones finales
Belgrano recordaba en su autobiografía como se apoderaron de él las ideas de libertad e igualdad, que sobrevolaban los aires europeos durante su estadía. Fueron tales ideas las que, sin dudas, calaron hondo en un sentir americano que trastocó sus sentidos originales hibridándolos en la generación de nuevas ideas y propuestas pedagógicas.
Las propuestas desarrolladas por la Ilustración americana hicieron necesaria una redefinición de las obras españolas y europeas otorgándoles nuevos sentidos que muchas veces estuvieron alejados a su interpretación original. Este proceso fue lo que generó una propuesta realmente diferente que se nutrió y apropió de varios elementos circulantes del mundo y generó nuevas formas de entender la educación, por momentos similar, por momentos diferente a la producción académica mundial.
El contexto pedagógico de producción belgraniano fue sin dudas el de la circulación de ideas. Las nuevas formas de entender la educación, que dejaron de lado la concepción renacentista asociada a la alimentación,8 sentaron las bases para una formación integral que tuvo como objetivo principal la felicidad pública.
En este último postulado confluían las múltiples vías de circulación que se articularon en torno a un complejo entramado de ideas que, como sus portavoces, no descansaron en las tranquilas aguas de la tradición, sino que se movieron en los mares tumultuosos que llevaron consigo la innovación y la modernidad educativa.
Notas
circulación de ideascomo el proceso de emisión y recepción de las ideas desde unas regiones hacia otras, asumiendo que en este transcurso se van produciendo mutaciones o hibridaciones y que
el significado y la función de las obras extranjeras son determinadas tanto por el campo de acogida como por el campo original(p. 10).
heréticoscon la excusa de conocer los textos para mejor rebatirlos.
Referencias bibliográficas
El vacío educacional en España tras la expulsión de la Compañía de Jesús. Cuadernos del Tomás, Núm. 1, 2009, pp. 75-104. Recuperado a partir de https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=3760642 [Consultado en junio de 2020]
Las condiciones sociales de la circulación internacional de ideas. En: Diario de la Historia de la literatura romántica, 1990, pp.1-10.
Autobiografía, 1814. Se cita por la edición de Gagliano, Rafael, Escritos sobre educación. Buenos Aires, Unipe, 2011.
Ilustraciónargentina. Paraná, Universidad Nacional del Litoral, 1962.
La visión de Europa y de América en la España ilustrada. En: Chartier, R. y Feros, A. (Dir.) Europa América y el mundo: Tiempos Históricos. Madrid, Marcial Pons, 2006, pp. 171-190.
Jovellanos, economista de la Ilustración tardía, estudio preliminar a Jovellanos, Escritos económicos. Madrid, Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, 2000, pp, 3-127.
Ilustración y circulación de ideas pedagógicas en la Monarquía Hispánica. Revista Humanidades. Vol. 8, Núm. 2, 2018(b), pp. 1-33. DOI 10.15517/h.v8i2.33336
Pensar América desde Europa. Propuestas de educación en la Monarquía Hispánica del siglo XVIII. En: AAVV Estudios en Historia Moderna desde una visión Atlántica, La Plata, Universidad Nacional de La Plata, 2017. Recuperado a partir de http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/libros/pm.537/pm.537.pdf [Consultado en junio de 2020]
Ilustración ciencia y técnica en América, en Soto Arango, D. y otros. La Ilustración en América Colonial. Madrid, Doce Calles, 1995.
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