Graciela Gil: serena en la vida y firme en la militancia

María del Carmen Feijoó. Universidad Pedagógica Nacional

Esta es una reseña sobre la vida de Graciela Gil. Como podrán comprobar en la lectura, es una biografía no canónica porque la complejidad del personaje –y el afecto y respeto que le guardo– requiere de un abordaje que intenta captar los matices de su vida. Tal vez se escuche demasiado la voz de quien lo escribe, pero esto es justamente el carácter no canónico de este texto. Su redacción me metió en un túnel del tiempo que se remonta a, por lo menos, a casi cuarenta años atrás. Difícil de elaborar porque si ella dejó fuertes marcas subjetivas en los que la rodeamos o tuvimos la oportunidad de trabajar con ella, es poco lo que dejó en lo que comúnmente llamamos “su obra”. No porque no la haya tenido sino porque su modestia y entrega se traducía en el hacer.

Conocí a Graciela Gil en los equipos que trabajábamos para la elección de Antonio Cafiero en el año 1987, en el inmenso galpón de avenida Belgrano donde nos reuníamos una vez por semana. Ahí se formó el grupo de mujeres que avanzó audazmente en incorporar una perspectiva de género en la plataforma del renovador Cafiero. Él, pese a ser un paterfamilias tradicional, se abrió generosamente a nuestras iniciativas. Y las concretó, con la audaz apertura del Consejo Provincial de la Mujer y sus acciones, entre las más destacadas, la apertura de las Comisarías de la Mujer. Por supuesto, las discusiones eran arduas porque todavía había que justificar lo que es hoy sentido común en materia de género y discriminación y porque, como siempre, el peronismo reunía mujeres que seguían distintas perspectivas políticas e ideológicas que colisionaban con las que ya éramos feministas. El ardor de las discusiones no cesaba cuando terminaban las reuniones y aún más enconadas, las seguíamos en el bar de la esquina. Recuerdo mis largas e interminables peleas con Graciela Gil y Raquel Ortemberg. Discutían de una manera que no daba tregua y yo, que me iba antes, siempre pensaba “estas chicas discuten como si fueran trotskistas” y, por supuesto, caía casi siempre derrotada. Pero ese encono no obstaculizó, a futuro, el trabajo común.

En el año 1992 cuando, en el marco de la gestión de Graciela Giannettasio asumí como subsecretaria de Educación, encontré nuevamente a Graciela Gil como personal de la Subsecretaría. Creo que para las dos fue una luz de oportunidad. Ahí empecé a descubrir a Graciela Gil, como una trabajadora incansable, experta en los entretelones territoriales de la política educativa y cuyo perfil contrastaba con el de otras colegas que eran expertas en educación, pero conocían poco de la educación bonaerense. Ese gigantesco mapa de oportunidades y conflictos cuya resolución requería de escucha, respeto, sintonía fina e innovación. Así comencé a conocerla como persona en largas jornadas de trabajo que llegaban a veces hasta la una de la mañana mientras esperábamos que la cadena burocrática de la dirección diera por finalizadas algunas tareas. Posteriormente a mi salida dos años después ella siguió en el área y nos reencontramos en el año 1999 cuando se armó el Proyecto de Medición y Evaluación de la Calidad Educativa.

...

Poco es lo que sabemos de los inicios de Graciela. En la poca documentación disponible que existe, hay menciones de sus estudios de educación en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, en la que se graduó. Militante política de un pequeño grupo denominado Encuadramiento, dedicó esa fase de su vida, desde fines de los años 60 y prácticamente hasta mediados de los 80, a una militancia que exigía un radical cambio de vida. En la amplia bibliografía existente sobre el peronismo, hay solamente dos libros que documentan esa experiencia, el de Carlos Gianella, Shanaham y Mason (2012) y el de Néstor Ortiz (2015). A través de ellos podemos conocer los avatares del grupo. No se trataba solo de la peronización de algunos sectores de las capas medias, se trataba de integrarse a una organización total que implicaba un cambio de diseño de la vida cotidiana. Compañera de un alto dirigente de ese espacio, tenía ya tres hijos varones, el mayor y los mellizos y fiel a las directivas convirtió la vida cotidiana de pareja en la vida de convivencia en grupos de diez a quince personas que colectivizaban la vida cotidiana, con los consiguientes sacrificios que esto implicaba sobre todo en una situación de familia como la de ella. También fue una militante presente en la experiencia de Tigre, donde tenían una escuela de formación política y operativa, en condiciones bastante extremas para jóvenes provenientes de los sectores medios donde principalmente reclutaban a sus militantes. Tan cerrado era el modelo que en el texto de Giannella una de ellas menciona que “las mujeres del Encuadramiento teníamos un ginecólogo –creo que se llamaba Gregorio Braslavsky– y allí íbamos todas, Raquel Ortemberg, Ofelia Sak, Graciela Gil, a veces nos encontrábamos en la sala de espera” (2012, p. 85).

Es poca la información que ella brindaba sobre su tiempo anterior al Encuadramiento. Tal vez, el relato de su vida que ella consideraba valioso, comenzaba solo con su incorporación a la organización. Sí conversamos mucho acerca del desafío que implicaba el pasaje de la familia nuclear a la familia extendida que se procesaba en las convivencias. En nuestras largas veladas y a mi pedido, Graciela contó muchos de los conflictos que surgían en ese modelo de vida, la mayoría por las responsabilidades en el cuidado de los hijos del colectivo. Es probable que ese periodo se haya extendido desde inicios de los 70 hasta mediados de la misma década. En una entrevista realizada a su hijo mayor,1 con motivo de esta reseña, pude informarme sobre su vida anterior. Esa vida anterior que anticipaba lo que fue la otra vida de Graciela. Nacida en el Partido de San Martín en el año 1946, su padre era un tipógrafo español primero comunista, después socialista, fervientemente antiperonista e incansable militante tanto en la política a nivel local –donde fue candidato a concejal– y con militancia sindical en el Sindicato de gráficos. Su madre había migrado de la Unión Soviética, cuando después de apoyar la revolución sucede el fusilamiento de un hermano de la madre lo que origina la migración del resto de la familia a la Argentina y a otras partes del mundo. Una mujer de izquierda, trabajó como obrera hasta que nació Graciela y su segunda hija. La madre activamente estimulaba la vocación de estudio de las hijas considerando que las mujeres debían salir del hogar porque en sus palabras “la casa embrutece”. Consecuentemente antiperonista el padre después de la Revolución Libertadora fue a trabajar como encargado de la biblioteca del gremio. Nada especial hasta aquí respecto de buena parte de la migración europea que tuvo lugar durante el peronismo. Sobre todo Graciela no defraudó a su mamá, se recibió en la Facultad de Filosofía y Letras y después continuó de manera esporádica estudios de psicología. También, como fue común en la época, su ingreso a la facultad profundizó su compromiso político y de militancia en una organización marxista a partir de la cual tiene lugar el comienzo del proceso de peronización que abarcó a tantos jóvenes de la época. Conoce al padre de sus hijos y enseguida se va a vivir con él al modelo ya mencionado de convivencias o casas comunitarias como las denomina el hijo. Él la describe como una militante incansable, absolutamente responsable y autónoma aún en la crianza de los tres hijos a los que crió con enormes grados de libertad. Muy trabajadora y exigente consigo misma, esa formación lo llevó a intentar ahora en su vida adulta el compromiso con el que ella asumía los problemas. Sus vidas se caracterizaban por una austeridad aprendida en la familia: solo se compraba algo “si hacía falta”. Por su parte, su padre, al que define como segunda línea del Encuadramiento tenía un compromiso total con la organización acentuado después del gobierno de Cámpora. Suponiendo que para el antiperonismo familiar de origen esa mutación ideológica de la hija debió ser un gran golpe, su hijo señala que –en todo caso– no fracturó la solidaridad que sus abuelos tenían con los militantes perseguidos y que en más de una oportunidad su casa de San Martín fue refugio de los compañeros peronistas escapados o semi clandestinos.

Si bien los dos libros que hemos citado más arriba se caracterizan por un relato centralmente masculino, destacan esporádicamente en sus páginas la participación tanto de Graciela como de Raquel Ortemberg, ambas responsables de la organización de los cuadros femeninos. En el texto de Ortiz hay un largo párrafo que nos permite conocer los orígenes de Graciela, según relato de otra militante, Cristina Tommasi: “Graciela era un cuadro militante con una formación de excelencia en temas relacionados con la pedagogía, una piba muy macanuda, una mujer en todos los términos, serena en la vida y firme en la militancia. Provenía de un hogar anarco socialista de San Martin. Su padre tenía una imprenta, fiel a la tradición anarquista que muchas veces nos dio una mano con materiales impresos. Como esposa y compañera del “Colorado” Federico llegaron a formar una familia constituida sobre criterios y valores propios del peronismo que practicábamos” (2015, p. 60).

Si el antes es poco conocido, el final de ese periodo de ensoñación de cambio social sí tiene una fecha precisa y fatal para Graciela y sus hijos: el 11 de abril de 1975 tres miembros de la conducción son asesinados salvajemente en Parque Centenario, esposados, asesinados a balazos dentro de un coche posteriormente incendiado. Dicen las fuentes, que la única mujer que siguió militando después del asesinato de su marido fue Graciela. Relata una entrevistada que acudió en su apoyo la familia,2 que le alquiló o compró una casita en Merlo en la que Graciela se refugió con sus hijos, tratando de saber si ella estaba también condenada, mientras se desplazaba permanentemente de vivienda para huir de una amenaza potencial. Para cerciorarse de cuál era su situación ante los servicios de inteligencia, comenzó a inscribirse en ayudantías en la Facultad de Filosofía y Letras, a ver si su nombre saltaba, en horas de cátedra en la Dirección General de Escuelas y, posteriormente, en el Instituto de Formación Docente que hoy lleva su nombre.

Pero Graciela no fue solo la super madre de las convivencias ni la super compañera de los entrenamientos del Tigre. Aún en una organización que, como tantas de la época se destacaba por su misoginia –según la caracteriza Raquel Ortemberg– resultado de una visión tradicional de las relaciones entre géneros y del rol de la mujer en la familia y la militancia, la producción disponible la destaca como una dirigente de primer nivel. Relata Gianella en su libro que: “El 19 de julio (de 1975) el Encuadramiento organiza una visita de mujeres a la cripta de Olivos, como una forma de mantener en movimiento la organización. Allí habla Graciela Gil –esposa de Rene Federico, uno de los compañeros asesinados– por la organización y luego lo hizo la Presidenta Martínez de Perón” (2012, p. 211).

O sea, apenas tres meses después del asesinato de su compañero ella seguía ocupando lugares de visibilidad y riesgo compartiendo tribuna con la presidenta de la República.

...

La Graciela Gil que yo conocí en la campaña de Cafiero había sobrevivido una década a esta tragedia, sin hacer nunca mención al drama que la a atravesaría toda su vida. Fue solamente cuando en 1992 comenzamos a trabajar juntas, ella en el área de Coordinación de la Subsecretaría de Educación que, poco a poco, fue abriendo su pasado, al menos conmigo. El motivo de esta larga reconstrucción surge de mi convicción de que no se puede entender la obra educativa de Graciela sin tener en cuenta el compromiso y la disciplina que procesó en su paso por la militancia en general y el Encuadramiento en particular. Y por su actitud frente a la vida ya que nunca se victimizó por sus sufrimientos ni los procesó como insumos para alcanzar niveles de visibilidad que la favorecieran.

...

Desde la Subsecretaría de Educación, ella fue clave en el diseño y la puesta en marcha de un conjunto de políticas innovadoras que se llevaron a cabo.3 Entre otros, desde el reparto de útiles y libros de texto a los sectores más pobres de la matrícula, el programa de vacaciones escolares en la costa, la capacitación docente bajo nuevos esquemas, el refuerzo presupuestario de los comedores escolares, la programación de las actividades de los CIEs, todos los cuales requerían esfuerzos de obtención de información, definición de las poblaciones objetivo, procedimientos de distribución y, no menor, construcción de consensos que hicieran posible su implementación. En esos casos, ahí estaba siempre presente Graciela con sus múltiples libretitas en la que apuntaba toda la información relevante. Todo esto, en el contexto del no menor esfuerzo de viajar todos los días de Merlo a La Plata, problema que se simplificó un poco cuando aceptó vivir algunos días de la semana en la vivienda muy modesta que le correspondía a la Subsecretaría de Educación. Pero también fue una energía difícil de cuantificar en las cuestiones rutinarias de la vida del sistema: calificaciones, promociones, definición de autoridades en los distritos, establecimiento de vínculos fraternales con los que nos acompañaban y con los que nos resistían. Su presencia siempre era un bálsamo que operaba sobre la estrategia de juntar opiniones y diluir conflictos.

Mientras tanto, en Merlo, si bien no era una competidora política de las autoridades locales, era una pieza clave en la organización del distrito. Fue electa presidenta del Consejo Escolar, en los años 85-86, incorpora a los porteros a la gestión del distrito, organiza la compra centralizada para los comedores escolares –siempre fuente de potenciales desvíos financieros– y la actividad que la llenaba de más satisfacción, según me confesó, era la de ser responsable electoral de una escuela grande del distrito con muchos votantes en la que nunca tenía discrepancias de escrutinio o resultados o impugnaciones en ninguna de las mesas.

Ella siguió en el área de Coordinación de la Subsecretaría y yo me fui y volví en el año 1999 a dirigir un proyecto con apoyo de OREALC-UNESCO de desarrollo de una metodología y una prueba piloto de aplicación en terreno, y ahí Graciela fue otra vez mi persona clave. Graciela era la misma de siempre, y estaba preparada para esa empresa. Empresa compleja, porque diseñaba y ponía a prueba una metodología en el conurbano bonaerense. Se trataba de una prueba censal que iba a todos los cuartos y séptimos, todos, de dos distritos, San Fernando y Tigre. Esto requería selección de personal, capacitación, construcción de consensos con las autoridades de los colegios, logística para el reparto de los materiales de cada aplicador, transporte, viáticos, y verificación de que todas y todos los que habían ido volvieran salvas y salvos. Y luego, devolución de resultados. Sin las libretitas de Graciela, esto no hubiera sido posible. Pese a nuestros temores de semejante operativo en terreno, no hubo ningún problema. Y Graciela, en su estilo, nunca se atribuyó ningún mérito. Posteriormente en el año 1999 con la asunción de J. O. Bordón se creó la Dirección Provincial de Planeamiento y Evaluación de la Calidad Educativa que yo dirigí. Y ahí estuvo nuevamente Graciela, ahora para aplicar las pruebas en la mitad de los ciento treinta y algo distritos que tenía en ese momento la provincia, y programar y ejecutar la formación docente pertinente a la luz de los errores que los estudiantes cometían. Aprendiendo de lo que había hecho antes, ahora era un emprendimiento educativo y logístico inimaginable. Ahí estuvo nuevamente Graciela coordinando camiones, imprentas, ensobrado, envío y recepción. Creo que era muy feliz haciendo eso y no tengo dudas de que fueron sus experiencias previas de militancia y sus aprendizajes de organización territorial en el Encuadramiento lo que le permitió hacerlo con tanta eficacia.

En esa felicidad, no había obstáculo que no pudiera superar, con habilidad comunicativa y autoridad, si era necesaria. E imagino que la retrotraía a otros tiempos de su vida, en los que había hecho cosas parecidas casi con el mismo fin, si aquí se trataba de “educar al soberano” antes era “la Felicidad del pueblo”.

Producidos los cambios de la crisis del 2001, yo fui por un breve periodo al Ministerio de Educación de la Nación. Por supuesto que mi primera iniciativa fue pedirle que viniera a Nación a lo que se negó terminantemente. Fue la última vez que la vi. Después su hijo Juan Manuel trabajó conmigo en nación y así me tocó ser testigo del trágico final de Graciela en un accidente de auto en febrero del 2003.

Ella dejó un halo, un halo de compromiso y eficiencia y amor por el sistema educativo bonaerense, su gente, sus escolares, todos sus integrantes que hacen que día a día se replique el milagro de que sean cuales sean las condiciones objetivas de crisis, pobreza o bienestar, la voluntad de las actrices y los actores del sistema lo ponga todos los días de pie, para todos, pero, especialmente para los que menos tienen. En un acto temprano de justicia, el Instituto Superior de Formación Docente n° 29 de Merlo lleva su nombre. Ojalá que estas páginas sirvan para profundizar el respeto por su vida y la emulación de sus logros.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

  • Gianella, C., Shanaham S. & Mason, A. (2012). La vida es Perón. Historia del Encuadramiento de la Juventud Peronista. Biblos.
  • Ortiz, N. (2015). ¿Peronistas de Perón? Historia testimonial del encuadramiento de la Juventud Peronista. Ediciones Biblioteca Nacional.

AGRADECIMIENTOS

A su hijo, Juan Martín Federico y a su amiga y colaboradora María Rosa Clérici que muy amablemente contestaron nuestras preguntas con la mayor generosidad.