A 40 años, un prisma de luces y sombras 1

Marina Franco. Universidad Nacional de San Martín. CONICET

Resumen

De 1983 a 2023, cuarenta años de Democracia. ¿Por qué la fecha nos convoca? ¿Qué tenemos que celebrar? La fecha es un prisma de muchas caras que nos muestra tantas imágenes de nuestro país, de nuestro pasado y de nuestro presente como preguntas sobre nuestro futuro.

El año 1983 cerró un ciclo histórico que atravesó casi todo nuestro siglo XX: el de los golpes y la inestabilidad institucional, y de la violencia estatal y la política sistemática. Son dos temas superpuestos pero que conviene pensar por separado.

En ese momento se inició un largo camino de comprensión profunda de lo que significó el terror de Estado y de investigación y juzgamiento estatal de los crímenes cometidos por las fuerzas de seguridad.

Gracias a la movilización permanente de las organizaciones de derechos humanos y de sectores muy significativos de nuestra sociedad, a pesar de avances y retrocesos, ese proceso dura hasta el presente.

Palabras clave: Democracia, Derechos humanos, Golpes de Estado, Historia.

De 1983 a 2023, cuarenta años de democracia. ¿Por qué la fecha nos convoca? ¿Qué tenemos que celebrar? La fecha es un prisma de muchas caras que nos muestra tantas imágenes de nuestro país, de nuestro pasado y de nuestro presente como preguntas sobre nuestro futuro.

Nuestra primera cara, la histórica: se cumplen cuatro décadas de democracia. El dato es crucial, pero para entenderlo hay que sacudirse un poco el acostumbramiento cotidiano que ya tenemos a esta rutina de vivir con libertades y derechos, ir a votar y salir a la calle sin miedo a la violencia política o la persecución estatal. Cualquier adulto o adulta joven en la Argentina ha vivido siempre en democracia y, tal vez, le sea difícil imaginar una vida cotidiana bajo una dictadura, bajo el miedo, las prohibiciones, la violencia como amenaza permanente o los golpes de Estado como una constante –sin duda, vivimos con otras inestabilidades y temores, pero de eso hablaremos luego–. En todo caso, 1983 cerró un ciclo histórico que atravesó casi todo nuestro siglo XX: el de los golpes y la inestabilidad institucional, y de la violencia estatal y política sistemática. Son dos temas superpuestos pero que conviene pensar por separado.

Veamos el primero, el ciclo de los golpes y la alternancia entre gobiernos constitucionales y de facto. En 1930 se produjo el primer golpe de Estado de nuestra historia moderna: el gobierno democrático de Hipólito Yrigoyen fue desplazado por un grupo muy heterogéneo de militares y civiles compuesto por conservadores, fascistas y antiliberales encabezados por el general José Félix Uriburu. Desde entonces y hasta 1983 casi ningún gobierno elegido por la vía electoral logró concluir su mandato. Por un lado, sectores de derecha, conservadores, nacionalistas y liberales antidemocráticos con poder político y capacidad de convocatoria en los cuarteles militares intentaron bloquear de manera sistemática la llegada de opciones populares al poder, ya fueran el radicalismo o el peronismo. A partir de 1916, la victoria del primer gobierno radical y los procesos de ampliación de derechos e integración de sectores populares fueron vistos como formas de demagogia amenazantes de los espacios y los intereses de élite. Desde los años 50, el intento de desplazar al peronismo de la vida política argentina fue parte de esa mirada que además implicó la proscripción de esa fuerza por casi veinte años. Fueron décadas de disputas políticas entre proyectos alternativos, cada uno de los cuales no tenía la fuerza para mantenerse en el poder, pero sí para derrocar a su adversario: 1930, 1943, 1955, 1962, 1966, 1976. Se sucedieron así interminables períodos de gobiernos interrumpidos y golpes de Estado; gobiernos constitucionales, a veces muy poco democráticos, y dictaduras cada vez más violentas; grupos civiles y organizaciones armadas, de derecha y de izquierda, cada vez más radicalizadas, en escenarios cada vez más brutales.

Sin duda, ese ciclo de inestabilidad política y democracias excluyentes se cerró en 1983. Y con él también concluyó la otra característica del ciclo: la de la violencia estatal y la violencia política convertidas en formas sistemáticas y naturalizadas del conflicto político. Desde luego, fue el caso de todos los gobiernos de facto entre 1930 y 1983, pero la violencia estatal como método de gobierno y de ejercicio del poder no fue solo patrimonio dictatorial. Los gobiernos constitucionales de Yrigoyen a Frondizi, del Perón de los 50 al Perón de los 70, también ejercieron formas más o menos abiertas, más o menos brutales o larvadas de la persecución política y el acallamiento violento de los conflictos sociales. En particular, a partir de los años 50 la lógica de la seguridad nacional se fue instalando en la Argentina como forma de entender los conflictos internos. Las fuerzas armadas locales adoptaron y transformaron las doctrinas militares del enemigo interno y la “lucha contrasubversiva” de Francia y Estados Unidos para intervenir en seguridad interior.

Sin embargo, mucho antes de ello, una larga historia de intervenciones violentas del Estado en conflictos sociales o frente a los adversarios políticos –de la Semana Trágica de 1919 o Santa Cruz en 1921-1922, a Napalpí en 1924 y la persecución policial y la tortura sistemática de la década del 30– muestra la exclusión violenta del juego político como forma de respuesta a la oposición política o social. Por eso, las doctrinas de la seguridad nacional no fueron meras importaciones a partir de los años 50. Entre las élites militares y civiles argentinas esas doctrinas cobraron sentido para interpretar la amenaza que veían en el peronismo como movimiento popular y también para decodificar los primeros intentos de las guerrillas de esa época, y luego los movimientos obreros o estudiantiles en las décadas del 60 o 70. Así, la Guerra Fría global le dio a militares y civiles argentinos motivos, interpretaciones y herramientas represivas para intervenir en los conflictos internos.

Esto se fue agravando a medida que el conflicto político se encrespaba, a medida que las respuestas de los sectores sociales expulsados del juego político se tornaban más desafiantes y violentas, a medida que las opciones revolucionarias de izquierda se hicieron presentes y encauzaron muchas demandas sociales. La dictadura de la Revolución Argentina abrió en 1966 una nueva y brutal etapa represiva. El regreso del peronismo al poder en 1973, lejos de aliviar el conflicto político, lo agravó en una espiral de tensiones entre expectativas y proyectos encontrados, dentro y fuera de ese espacio político. La persecución política y la espiral autoritaria, sobre todo a partir de 1974, en un contexto de creciente actividad de las guerrillas, abrió el marco para la intervención militar y la represión “antisubversiva”. Y llegó el último golpe de Estado y la última y más brutal dictadura, con su saldo de miles de desaparecidos, muertos, torturados y exiliados.

En 1983 terminó esa dictadura y con ella se cerró también el ciclo de violencia estatal masiva, brutal y sistemática. Para unos y otros en 1983 se inició el aprendizaje del juego político democrático, en un momento donde la democracia empezaba a reafirmarse como la opción política legítima en buena parte del mundo occidental. Ese momento significó además la derrota de los intentos de desafiar al orden capitalista que habían sido centrales en los años previos. Sin embargo, la violencia estatal arrasadora de vidas y subjetividades dejó su marca y su legado.

Desde 1983 se inició un largo camino de comprensión profunda de lo que significó el terror de Estado y de investigación y juzgamiento estatal de los crímenes cometidos por las fuerzas de seguridad. Gracias a la movilización permanente de las organizaciones de derechos humanos y de sectores muy significativos de nuestra sociedad, a pesar de avances y retrocesos, ese proceso dura hasta el presente. Esas políticas de investigación, justicia y memoria han sido una pieza crucial del fortalecimiento democrático. Aun hoy se siguen buscando y encontrando niños y niñas –ya adultos y adultas– que fueron robados a sus familias y sustraídas sus identidades. Cada nieto o nieta recuperada es hoy un evento que emociona y convoca a todo el país.

En definitiva, el significado de 1983 fue y es crucial. Fin de “la” dictadura y las dictaduras, fin de las opciones autoritarias, fin de la inestabilidad política permanente, fin de las fuerzas armadas como árbitros de la política, fin de la exclusión política de las mayorías, fin de la violencia estatal masiva y sistemática, fin de la violencia como forma de gobierno, fin de la violencia abierta y permitida como forma de la vida política. Visto en este prisma histórico, 1983 fue el momento de ruptura y de cambio –aunque las historiadoras y los historiadores siempre decimos que, en general, nada cambia en un momento preciso, sino que hay muchos procesos que confluyeron ahí y se fueron cerrando antes o después de ese año, mientras algunos cambios comenzaron a producirse lentamente y otros más rápido–.

Sin embargo, 1983 abre asimismo otro proceso. El de una democracia inquieta, insatisfactoria y frustrante para dar respuesta a las grandes necesidades sociales. En estos cuarenta años, la democracia nos ha dejado con unas deudas sociales atroces: pobreza, desigualdad, exclusión social, enormes carencias educativas y sanitarias, especialmente en las franjas más jóvenes de la población. Los avances han sido muy importantes, por ejemplo, para ciertos derechos sociales o de igualdad y reconocimiento de género, entre otras muchas transformaciones sustanciales, pero todo ello se produce con un Estado y una sociedad que, globalmente, cada vez pueden garantizar menos la inclusión y la disminución de la desigualdad social y económica. La Argentina es hoy un país donde los pobres son mucho más pobres y los ricos mucho más ricos que en 1974 o 1989. La Argentina es un país donde las diferencias de educación, clase social o color de piel pueden ser causas de violencia y muerte.

La Argentina de estos cuarenta años es este prisma de luces y sombras. Con todo lo hecho y todo lo que resta por hacer.


1 El artículo fue publicado originalmente en la edición de abril de 2023 de la revista Impresiones, de la Editorial de la Imprenta del Congreso de la Nación (ICN). La revista puede leerse y descargarse de forma libre y gratuita en https://icn.gob.ar/revista/6