Graciela Giannettasio

Ernesto Villanueva. Universidad Nacional Arturo Jauretche

No escribo por una obligación sino por una necesidad, la de honrar y recordar a una compañera sin igual como fue Graciela. Tampoco soy yo quien puede abordar toda su trayectoria múltiple, diversa. Y creo que en esta imposibilidad está el nudo de su personalidad. Si habláramos en términos futbolísticos, cuestión tan cara a su compañero, diría que Graciela era una jugadora de toda la cancha. Expliquémonos.

Cuando uno entrevé sus actividades públicas, como legisladora, funcionaria municipal, vicegobernadora, ministra, pero, sobre todo, estudiosa y mucho de su especialidad en el derecho, y su cariño inmenso por la docencia, encuentra siempre un común denominador. En realidad, varios rasgos presentes en su accionar. Casi es sobreabundante referirse a su compromiso, total, directo, sin cortapisas. Pero entiendo que esa es una característica que encontramos en muchísimos militantes, su creencia en estar al servicio de los demás, de su pueblo, de poner su interés personal por debajo de las preocupaciones y problemas colectivos.

Creo que la especificidad y la originalidad de Graciela tenían que ver con la paciencia, con la firmeza y, en particular, con la lealtad, con las que ejercía su compromiso. Ejemplos de ello hay muchos. En un homenaje que se le hizo hace pocos meses, quien fuera gobernador, Felipe Solá, afirmó que Graciela se comportó con una lealtad hacia él mucho mayor que la que él tuvo con ella.

Cuando le pidieron que se hiciera cargo de la seguridad de la Provincia, de un minuto para otro, no dudó, pues era muy consciente de la emergencia que se vivía. Siempre por delante las necesidades de su pueblo y no su situación peculiar que, como vicegobernadora, era muy cómoda. Pero si traigo estos ejemplos es porque no son tan comunes en la política de hoy, cruzada por intereses particulares, por proyectos individuales, antes que grupales. Entiendo que esa ética, que algunos tildarán de antigua, es la que requiere nuestra Patria como elemento básico para su renacer. Y no me refiero solo al ámbito estrecho de la política. La crisis que vivimos como comunidad consiste justamente en no creer que esa ética sea posible. Pues bien, Graciela simboliza la antítesis de esa concepción estrecha, pequeña, mezquina.

Tengo tres experiencias inolvidables con ella. Una fue como representante del Gobierno en el área educativa en la mesa de Diálogo Argentino que se instauró después de la terrible crisis del 2001, como modo de reencauzar el país, aliviando las enormes diferencias que se habían establecido en aquel entonces y que llevaron a que el sociólogo francés Alain Touraine escribiera un artículo triste titulado “Los argentinos existen, ¿existe la Argentina?”1 Título este que aparece como un espantajo para estos días en los que nuevamente nos acercamos a un abismo que solo una verdadera unión nacional puede aventar. Pues bien, en aquel entonces, Graciela Giannettasio se reveló como una orfebre para establecer el diálogo primero, esto es, poder escucharse, luego lograr acuerdos mínimos y, finalmente, declaraciones conjuntas por parte de todos los participantes.

También tuve oportunidad de estar cerca de ella como ministra de educación, en un momento donde casi no existía la moneda y el mundo universitario estaba convulsionado por los disparates que había querido imponer un reaccionario a quien solo se le ocurría un futuro más pequeño para nuestros jóvenes. Ahí también, en un diálogo franco y permanente con el radicalismo, supo enhebrar acuerdos para finalmente lograr algo muy sentido por el mundo de la Educación Superior pública cual se declare a las instituciones universitarias consultoras privilegiadas del Estado.

Y dejo para el final mi experiencia más directa, en la creación de la Universidad Nacional Arturo Jauretche. Remó muchísimo en esos días en los que era diputada nacional para que se aprobara la iniciativa, que no era del todo bien vista, incluso por algunos colegas del mismo espacio político (recordemos “qué es eso de tantas universidades”), ella que había sido directora general de escuelas sabía bien las falencias educativas de la Provincia y lo que podía reportar una universidad en un territorio de un millón de habitantes, dinamizando su bagaje cultural, permitiendo que la juventud tuviera un horizonte más promisorio y que toda la población observara que en nuestros distritos más postergados hay posibilidades de avances enormes cuando se conjugan los esfuerzos populares y los gubernamentales.

En fin, quería nuestra Patria, hizo mucho por la Provincia pero, y hay que decirlo, su corazón estaba con Florencio Varela, un partido con un crecimiento poblacional muy superior al de la Argentina (pensemos que entre los dos últimos Censos su población creció en más de un 16%), con muchos migrantes de otras provincias y de países hermanos, con un territorio semirrural importante, de fuerte raigambre católica, creencia en la que Graciela estaba fuertemente imbricada y activa.

Y nació la Universidad. ¿Y qué hizo la exvicegobernadora, la exdirectora general, la exministra? Dio clases, ni más ni menos, armó su cátedra con la misma o mayor dedicación con la que había realizado tantas cosas en su vida, con el mismo amor que puso con todo. No buscó cargos, ella que los había tenido todos. Qué otra cosa podía ambicionar sino que las chicas y los chicos de Varela, de Beraza,2 de Quilmes, conocieran mejor el derecho, que aprendieran la Constitución, que supieran ser mejores argentinos. Y ayudó, y colaboró en esa institución incipiente.

Los que la conocimos siempre la recordaremos con la mayor admiración. En estos días se está construyendo una plazoleta dentro del predio de la Universidad que llevará su nombre, con árboles y asientos, donde los jóvenes estudien y se formen. Sé que ella estará muy contenta con este pequeño homenaje.


2 Se refiere a Florencia Varela y Berazategui, distritos de la provincia de Buenos Aires.