Libros en las escuelas, tensiones entre culturas
Resumen
Durante los últimos 12 años de gestión gubernamental, el Ministerio de Educación de la Nación ha tomado como una de sus principales líneas de política pública la adquisición de libros de literatura para las escuelas. No es porque no haya ocurrido en gestiones anteriores, pero la decisión de poner a la literatura en un lugar cuantitativamente relevante en relación con el conjunto de las compras es, sin duda, una decisión propia de los últimos años. Libros en la escuela, en la biblioteca, en el aula, forman parte de las condiciones materiales para que se produzca la enseñanza, y la enseñanza forma parte de los derechos que tenemos como ciudadanos. La opción por la literatura (literatura para adultos y literatura infantil) propone una incidencia directa sobre el currículum. En los años noventa, los enfoques para la alfabetización y para la enseñanza de la lengua tendieron a hacer hincapié en la lectura y el análisis de textos informativos, a costa de reducir la cantidad de lecturas literarias y de ir perdiendo la convicción de que hay algo que se enseña cuando se enseña literatura –una convicción que se opone a los imperativos del espontaneísmo de ciertas pedagogías y a los intentos de supremacía de los saberes sistemáticos de la lingüística, que llegan a la escuela en esos años noventa. Volver a leer literatura en la escuela supone el reposicionamiento de un ejercicio que tiene efectos esperados e inesperados.
Si le damos otra vez lugar a la literatura en el currículum, en todos los niveles educativos, incluso en la formación docente, nos veremos obligados a preguntarnos otra vez qué es la literatura, cómo se enseña y cuáles son los saberes específicos –sobre la lengua, sobre la ficción, sobre los géneros, sobre la imagen– que se pondrían en juego en una clase donde efectivamente se enseñara literatura. Pero, también, volver a leer literatura supone tirar, a la manera de Gianni Rodari, una piedra en el estanque que genera una onda expansiva que, en este caso, serían los efectos culturales que la lectura de literatura –sobre todo, si se la lee en libros– estaría provocando.
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